
Sus fuertes y resueltas declaraciones sobre el cambio de ubicación de la Ciudad de la Justicia sevillana han roto la actitud reservada que mantenía. Sin dudas, en su medido y correcto libro de estilo, el decano del Colegio de Abogados no contemplaba nunca llamar trileros a determinados políticos de la Junta
Cargo
Se le acusa, precisamente, de excesiva compresión y tolerancia con el retraso patológico de la Conserjería de Justicia no ya para abordar una obra tan necesaria, sino para escoger un lugar para la misma. Su tardía y forzada respuesta sólo puede explicarse por su amistosa relación con el poder político establecido.
Fiscal
A buenas horas mangas verdes. Este refrán le viene que ni pintado a las declaraciones del decano del Colegio de Abogados de Sevilla. Unas declaraciones, sin dudas, valientes, poderosas, directas pero...tardías. Perezosamente tardías. A la Ciudad de la Justicia le viene dando capotazos el gobierno autonómico desde hace ocho años. Ocho años mareando la perdiz de una obra que necesita, con urgencia, la Justicia sevillana, sobrepasada por la necesidad en su nivel de exigencia. Ocho años anunciando un emplazamiento y cambiándolo, anunciando otro y revocándolo. Ocho años, señor decano, jugando al abejorro político con toda una profesión y una ciudad que vive, sufre y padece las limitaciones tercermundistas a la que la somete un poder político intratable. Ocho años de pura vergüenza para Sevilla que ha visto cómo en otras ciudades andaluzas ese mismo proyecto se ha convertido en realidad.
Porque, señor decano, la impresión que nos daba su política de ponerse de canto y silbar cuando más capotazos le daban era, justamente, esa: la de que no era capaz de tratarse con un poder tan expansivo e intimidante como el de la Junta. No se si le tenía demasiado respeto. O le inspiraba un grado de prevención tan excesiva que anteponía la salud de su cargo al riesgo vírico de ser contaminado por la rebeldía y la crítica. Pero el caso es que se echaba de menos una voz autorizada que hablara y hablara claro, denunciando la tropelía que desde la Junta y el poder central se perpetraba con Sevilla y su Justicia. Ha resultado ciertamente irrisorio, cuando no patético, contemplar cómo su decanato o el de los jueces sevillanos, no salían de una vez y de manera contundente al paso de semejante abuso. Y ha sido tanto el silencio de ese Colegio de Abogados y de ese otro de Jueces que, ciertamente, hemos pensado muchas veces que no existían. Que había que inventarlos. Bien es verdad que mientras callaban los más perjudicados por la capea continuada de la consejería, otros hablaban y denunciaban el encierro sevillano. Y así, parapetados en la denuncia que la opinión y los más valientes eran capaces de hacer, han pasado ocho años hasta que usted ha creído necesario darse por enterado y responder como el decano del Colegio de Abogados que debió ser desde el primer día y no como ha llegado a serlo esta misma semana. Por esa excesiva tolerancia yo pido su condena.
Defensa
Si usted, señor fiscal, comenzaba su argumentación con un refrán permítame que yo haga lo mismo y comience mi defensa con otro. Todo el mundo sabe que nunca es tarde si la dicha es buena. Y créame que me siento dichoso de contemplar cómo un cargo, un alto cargo de la sociedad civil sevillana, tan acosada y seducida por los atractivos del poder, ha sido capaz de posicionarse en este asunto como lo ha hecho mi defendido. Es realmente una dicha escuchar lo que la libre voluntad del decano del Colegio de Abogados ha dicho sobre este asunto. Y más en una ciudad como esta donde, le doy la razón al fiscal, está muy bien pagado el silencio, la subordinación y la genuflexión. Lo que ha dicho el señor Gallardo estoy seguro que no ha podido sentar bien en determinadas áreas de la Junta.
Es verdad que el discurso del señor Gallardo nunca estuvo acentuado por la contundencia ni la estridencia. No ha sido nunca su estilo. Su estilo, por el contrario, está más cerca de la negociación y el consenso. Del pacto y el acuerdo. Del cabildeo y el murmullo. Jamás una palabra más alta que la otra. Y mucho menos ante la prensa para que un titular gordo lo coloque en ese sitio del ring político donde no puede esquivar los golpes. Pero eso no es en absoluto censurable. Sino todo lo contrario. Yo creo que mi defendido no merece ser acusado de mantener una relación amistosa con el poder. Porque, inmediatamente, cabría preguntarse: ¿es necesario mantener una relación inamistosa con el poder para ser más independiente? El señor Gallardo ha sido tan duro en sus declaraciones contra el trile político practicado por la Junta que lo último que podemos pensar es que vive subordinado a los caprichos de San Telmo.
Puede entenderse que su reacción ha sido tardía. Yo creo, por el contrario, que se ha producido cuando tenía que producirse. Cuando ha visto consumidas todas las opciones reales que la política de la Junta vendía anexa al proyecto de la Ciudad de la Justicia. El decano de los abogados sevillanos, única voz de la profesión que se ha pronunciado con la fuerza y contundencia que exige una engañifa de profesionales del trile como la citada, ha intentado por todos los medios sacar adelante este proyecto. Guiado por la prudencia, la confianza y la paciencia. Hasta que las realidades de Málaga y Granada, las otras dos capitales andaluzas que han visto concluidas sus respectivas ciudades de la Justicia, han descorrido el telón del engaño y él mismo les ha presentado a los sevillanos a los actores de una comedia política tan patética. Desde el mismísimo presidente Chaves a la consejera del ramo. Yo no veo a mi defendido ni amistoso con el poder ni tardo en su respuesta pública. Por lo que pido su completa absolución.
Sentencia
Es evidente la inocencia del señor Gallardo de los cargos que se le imputan, pero este tribunal periodístico, a la vista de su satisfactoria facilidad para la declaración libre y contundente, lo anima a seguir por esa línea, entendiendo que a esta ciudad le sobran carráncanos y le faltan tenores. Solo voces como la suya pueden acabar con la canción triste de la Ciudad de la Justicia.

