
Francia, 2013. Dirección: Albert Dupontel. Guión: Albert Dupontel. Fotografía: Vincent Mathias. Música: Christophe Julien. Intérpretes: Sandrine Kiberlain, Albert Dupontel, Philippe Uchan, Nicolas Marié, Bouli Lanners, Philippe Duquesne, Gilles Gaston-Dreyfus, Michel Fau, Christian Hecq, Christine Garrivet.
Todo arranca con una mujer de vida estricta y solitaria que sólo vive para su trabajo, una jueza cuyo único objetivo en este mundo es subir peldaños en el Ministerio de Justicia francés; su pequeño universo está regido por las normas más sencillas y austeras; es un mundo en el que no hay marido, ni hijos, ni familia, todo perfectamente orquestado y sin sobresaltos, con el control absoluto de lo que le rodea. Hasta que un día, tras una fiesta imprevista, con unas cuantas copas de más y una aventura nocturna de la que no recuerda nada, descubre que se ha quedado embarazada. Y lo peor es que el padre es la última persona con la que desearía tener la más mínima relación, alguien a quien no se acercaría aunque fuera el único hombre en el mundo (además de la fobia que le tiene a los hombres).
La alteración de esa vida acomodada y la relación con un tipo bastante singular es lo que provoca el enredo y la comicidad de esta cinta cargada de humor negro, con tintes sangrientos y humorísticos, algunos para soltar la carcajada. Aunque la mayor virtud de la película está en su sentido de la precisión a la hora de desarrollar el guión y ejecutarlo en imágenes; las secuencias se suceden con el ritmo justo, siempre al grano y de forma certera, no hay baches narrativos en ningún momento, no hay espacio para un bostezo, todo transcurre de una manera ágil y divertida, y el conjunto es sumamente entretenido.
A ello hay que sumarle una impecable factura visual, muy del estilo francés, desde que cineastas como Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro empezaron a destacar con Delicatessen (1991) y arrasaron del todo con Amelie (2001). Junto a ellos, otros cineastas que provenían de la publicidad le dieron al cine galo un aire nuevo en los 90 y principios del siglo XXI, con soluciones visuales impactantes, en ocasiones algo efectistas pero eficaces. Es una hornada de cineastas que incrementaron la internacionalización de la cinematografía francesa, aunque hayan sido acusados de americanizar lo patrio. 9 meses de condena también se apunta a esa forma de hacer las cosas, con el uso de efectos especiales al servicio del lenguaje fílmico, bien integrados en la historia y utilizados para expresar conceptos e ideas.
El actor protagonista, Albert Dupontel, realiza aquí la triple faceta de interpretar, escribir y dirigir, cosa que ha hecho varias veces en el pasado, aunque en España sólo hemos visto de él como director Bernie (1996), precisamente otra comedia negra. Dupontel no es Chaplin o Welles a la hora de combinar los tres oficios, y no estamos ante una obra maestra, pero sí logra interesarnos y divertirnos durante toda la cinta, y lo consigue en 80 minutos de metraje; al menos no estira la historia como otros hasta las dos horas innecesarias, y su sentido del ritmo y de la concisión es muy de agradecer.
En suma, 9 meses de condena es un pequeño soplo de aire fresco en la cartelera, una cinta para pasar un buen rato, e incluso deja algo de espacio para la reflexión, sobre la maternidad, la moral actual, las falsas apariencias y el descubrimiento de la felicidad.

