Verano de 2000. Un auténtico maremoto sacude los cimientos del estadio Ramón Sánchez-Pizjuán. Es época de cambios. El triunvirato formado por Roberto Alés, Monchi y Joaquín Caparrós coge la manija de un Club enfermo desde hace ya un lustro y se propone escapar del pozo de la Segunda división. No obstante, la situación es tan precaria que sólo una filosofía puramente espartana permite poner en marcha el proyecto del retorno a la máxima categoría. La austeridad se extiende en el apartado de fichajes y el de San Fernando confecciona una plantilla de jugadores con ínfimo coste o con la carta de libertad. Uno de esos futbolistas fue David Castedo, procedente del Mallorca. Llegó, jugó, convenció, y seis años después, la banda izquierda de Nervión sigue teniendo al mismo coloso como bastión. Es junto a Monchi, el único superviviente de aquel Sevilla de veinte duros que ahora rezuma kilates de oro.