Ha entrado en el templo desmantelando las mesas de los cambistas, desparramando por el suelo las mercancías, y azotando con un vuelo de palomas presas los sacrificios hipócritas de los sepulcros blanqueados. Es un antisistema que proclama la ternura y el amor de Dios en el Vaticano, justo desde donde otros y una Curia repugnante nos enviaban misivas de miedo y genema.
El Papa Benedicto XVI, ha aceptado el pasado miércoles la renuncia del Cardenal José Saravia Martins, al cargo de Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y nombró como su sucesor a monseñor Angelo Amato, salesiano, hasta ahora Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Perfil Biográfico:
Monseñor Amato nació en Molfetta (Italia) el 8 de junio de 1938 y el 22 de diciembre de 1967 fue ordenado sacerdote. Profesor ordinario de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, fue decano de la Facultad de Teología y vicerrector. El 19 de diciembre de 2002, el Papa Juan Pablo II lo ordenó arzobispo y lo nombró Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucediendo al también salesiano monseñor Bertone.
Monseñor Mario Paciello, obispo italiano de Altamura (Bari), firmó el día 14 de mayo 2007, el preceptivo decreto de constitución del tribunal para la investigación diocesana correspondiente a un presunto milagro de curación atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo I (Albino Luciani, 1912-1978), recordado como el Papa de la Sonrisa y a pesar de su corto reinado pontifical de solo 33 días.
Benedicto XVI había muerto. Había llegado a los 95 años. El pueblo, incluído el católico, se encontraba cada vez más decepcionado con la política eclesiástica: el hambre no terminaba en el tercer mundo, las desigualdades se acentuaban de forma irreversible, las declaraciones de determinados miembros de la Iglesia anunciaban catástrofes y amenazas sobre cualquiera que se atreviera a contradecirles y desobedecerles...
El caos reinaba por vez primera sobre la religión católica y sus fieles, hasta entonces incuestionable en la voz de su Santidad. Pero éste había muerto, dejándolo todo patas arriba.