
Tiempo de primeras comuniones
En este tiempo de primavera eucarística hay que desear que la vida sea para todos los niños comulgantes una continua primera comunión, de modo que al pasar los años mantengan la misma bondad, inocencia y belleza que muestran en este mayo florido, cuando sacramentalmente reciben por vez primera el Cuerpo de Cristo. Es un día histórico en sus vidas e inmensamente feliz para los familiares.
Al compartir la alegría de ellos todos evidenciamos que a pesar de los años nos queda aún algo de aquella benevolencia y candidez que teníamos cuando fuimos niños. En estas celebraciones eucarísticas los de mayor edad sentimos especialmente la ausencia de quienes ya viven en Dios, quien en la persona del Hijo se hace milagrosamente presente en la transubstanciación del pan y el vino.
Los niños que comulgan son tan preciosos porque llevan en el corazón muchas cosas buenas heredadas de quienes les precedieron, que somos todos eslabones en la cadena del amor que nace en Dios y llega hasta ellos. Así es la vida y produce felicidad asistir a un hito tan importante en la sucesión de amor de la familia, núcleo vital fundamental.
Es compatible crecer en edad y sabiduría con mantener la actual bonhomía, candidez y encanto de esos niños. La bondad es la predisposición a hacer el bien, o sea a ser buenas personas, y la inocencia es estar libre de culpa o pecado por carecer de malicia.
Los padres y abuelos pedimos que esos niños sigan siendo por siempre bondadosamente inocentes y permanezcan perennemente como ahora, de modo que sus rasgos continúen exteriorizando la bondad e inocencia del corazón. Si Dios ayuda les continuaremos percibiendo igual de hermosos, por muchos años que pasen. Dios les ha hecho buenos y con su ayuda jamás dejaran de serlo. Esa es nuestra esperanza.
Gracias a la familia en este mes de mayo muchos niños reciben por vez primera a Jesús sacramentado, que les llena el corazón. Ojalá lo mantengan ahí para siempre, que Él está con ellos desde que fueron concebidos y les acompañará eternamente. Esperemos que no se aparten nunca de Quién mejor les cuidará, ni olviden que la fe es la más valiosa herencia que recibimos y debemos transmitir. Siempre anclados en las creencias aprendidas de los mayores y confiados en un futuro mejor, repleto de fe y alegría.
Que se fijen en las virtudes de los familiares y conocidos para hacerlas suyas; procuren constantemente el bien para todos, que la maldad no debe ser lo nuestro; se esfuercen en aprender para ayudar a los demás, con quienes deberán ser amables y caritativos; que nunca olviden que nuestras creencias nos obligan muchísimo más que cualquier ideología social o política, porque los cristianos somos ni más ni menos que hijos del Padre común y hermanos de todos los hombres.
La nuestra es una exigencia de hermandad universal, que en amor al prójimo nadie nos debiera ganar. Tengan presente esos niños que la Iglesia Católica es la obra de Dios en la que alimentamos nuestra fe, pero también la más importante organización humanitaria del mundo que asiste a millones de personas inmersas en miserias, enfermedades, exclusiones y persecuciones. Lo nuestro no puede ser demagogia ni meras proclamas ni simple filantropía, pues ha de ser verdadero amor fraterno por amor a Dios.
Que en este tiempo la ilusión de los niños ante el Santísimo Sacramento nos revitalice, pues alegra el alma ver a tantas niñas y niños comulgando por vez primera y constatar que el don de la fe perdura generación tras generación. En esta feliz celebración los padres, abuelos y familiares nos quedamos con la bondad, inocencia y belleza de nuestros niños, que es el mejor reflejo del mismísimo Dios.
José Joaquín Gallardo es abogado

