El popularmente conocido como El Marisquero, Manuel Orozco, nos dejó el pasado 8 de enero. Triste noticia que sorprendió a familiares y a amigos.
EL MARISQUERO. Manuel, personaje emblemático, se paseaba por todos los bares del casco histórico con su canasto lleno de mariscos y su inconfundible mojama, que como él bien decía es «el jamón de la mar». Hoy es el día elegido por sus más allegados para hacerle un merecido homenaje en la Iglesia Perpetuo Socorro a partir de las 19.00 horas, y cuando los jerezanos tendrán la oportunidad recordarlo y dedicarle su último adiós.
El recorrido cotidiano de su canasto era desde la calle Lealas, Porvera, el Tabanco de Petra, la Cepa de Oro, Bar Cristina, La Moderna, el Barbiana, sin olvidar la desaparecida La Venencia, la Tasca de San Pablo, llegando al barrio San Miguel al bar La Marea, hasta la plaza del Arenal a la Pescadería Vieja pasando por el bar Juanito y desembocando en la Cruz Blanca y la plaza Plateros. Ya quedan pocas personas que tengan una forma de trabajar como lo hacía él, y así lo recuerda una de sus hijas, Patri Orozco: «Empezó a trabajar con canasto, paños blancos e hielo. Ponía el hielo en el fondo del canasto, encima el marisco y luego lo tapaba para su mejor conservación cuando todavía no existían las cámaras frigoríficas». Era el único que en la década de los 60 traía las bocas de la Isla.
Hasta que se jubiló trabajó en las bodegas González Byass como embotellador, aunque su pasión era el arte de la marisquería, al que se dedicó plenamente, hasta que Sanidad se puso seria, y tuvo que dejarlo. Entonces decidió llenar su canasto de almendras fritas, por lo que los más jóvenes lo recordarán.
Natural del barrio de Triana, en Sevilla, llegó a Jerez para realizar el Servicio Militar. Fue por aquel entonces cuando se creó a su cargo la primera marisquería de la ciudad, la actual Cruz Blanca, donde conoció a su mujer Manuela Fidalgo, y con la que tuvo ocho hijos. Sin embargo, su necesidad de no estar parado le llevó a andar con su canasto por los rincones de la ciudad. Pero su estampa no sólo se quedó en Jerez, sino que viajó por todas las ferias de Andalucía, y muy conocido en Chipiona como el Mojamita, donde pasó todos los veranos desde los años 50. Fue un hombre menudo y bajito, de ojos verdes picarescos, de gran nobleza y simpatía, y como muchos recordarán, ligero como un perdigón, y que ya forma parte del encanto jerezano.