Se define a si mismo como un españolito más, pero en ocasiones, lo olvida y se convierte en un egocéntrico personaje que sólo ve bien su simple opinión. Cuando esto ocurre, está claro que olvida sus comienzos, en los que el amigo Peñafiel, gracias a sus comentarios sobre la realeza, no sólo se paseaba por los estudios de televisión, sino que además, pudo por fin cambiarse de corbata y nos obsequió con nuevos colores, dejando atrás la vieja corbata azul y verde de rayas.
Actualmente ¿qué se puede esperar de alguien que cambia de aliados como de chaqueta?. Después de cuatro años acompañando a María Teresa Campos en sus mañanas de Tele 5 y, posteriormente en Antena 3, se cambia de bando y hace indignamente la pelota a Ana Rosa Quintana.
A parte de morder la mano de quien un día le dio de comer, también le queda tiempo para comentar el día a día de la realeza. El propio Peñafiel se define como no monárquico, simplemente juancarlista, aún así, siempre alaba a su reina
, defiende a ´su rey´, opina sobre el resto de la familia real, con más o menos críticas, y dilapida a Doña Leticia.
Hace poco le oíamos gritar a los cuatro vientos en un programa de televisión que la trayectoria profesional de Doña Leticia, antes de ser princesa, le parecía insuficiente, dice no entender como ha podido llegar sólo a ser presentadora de telediarios con 32 años, recalcando que esos ya son muchos años para una mujer. Además, parece no conciliar el sueño por las noches pensando, no en asuntos de estado, sino en la altura de los tacones de Doña Leticia, en los vaqueros que le pone a su hija, o en lo mal que lo hace todo, siempre bajo su criterio.
Este periodista tan poco imparcial, en lo que a la princesa se refiere, critica hasta el extremo la actividad de ésta. ¿Dónde ha quedado su grandeza?. Llegó a ser un privilegiado ya que compartió con los reyes, a solas, sus primeras horas tras la coronación y se ha degradado hasta el punto de hacer dudar al espectador si escuchan a un serio periodista con una brillante carrera, o a una Maruja, permítanme la opinión, obsesionada por la envidia.
