
Por lo visto celebrar o no una boda depende de la importancia que la iglesia de cada lugar le conceda al dinero, ya que en Tarrassa (Barcelona) la pela sigue siendo la pela, y han pasado por alto numerosas condiciones obligatorias para el pueblo llano (y pobre) a fin de que la pareja más rica de España celebre su matrimonio circense. En Segovia no ha habido distinciones, y no se les permitió tontería alguna.
No han necesitado tiempo previo, ni amonestaciones, ni cursillo prematrimonial, ni gaitas varias. Les han ofrecido la sacristía a modo de camerino para que ambos contrayentes pudieran cambiarse de ropa y preservar la sustanciosa exclusiva que tenían pactada con la revista Hola (exclusiva que nadie debería comprar); les han permitido permanecer en la Parroquia hasta las dos de la madrugada, y sólo les ha faltado a los curas de la iglesia del Santo (e interesado) Espíritu ponerse a cuatro patas y besar el suelo por donde ellos hubiesen pasado...
Es un escándalo y una auténtica vergüenza, y los altos cargos eclesiásticos deberían anular esta pantomima y expedientar al codicioso párroco de Tarrassa. El pueblo católico lo pide a gritos y el ateo se frota las manos ante tan magno resbalón del catolicismo. De seguir así, no habrá nadie que quiera celebrar ningún sacramento, y poco a poco, la iglesia católica dejará de ser mayoritaria en España y terminará convirtiéndose en una secta de minorías a la que no habrá que prestar la menor atención (ni la menor donación).
El comportamiento de esta pareja de tatuados gimnásticos es deleznable y ridícula, pero la iglesia no debería nunca prestarse a los juegos y caprichos de los descerebrados ricos.
Aunque yo, por mi forma de pensar, he terminado por alegrarme...

