
Se oyó el tintineo de unas llaves en la cerradura. Andrés, su marido desde hacía diez años, estaba abriendo la puerta. Mientras le esperaba, Ana se mantuvo sentada en su sofá azul, con los ojos cerrados, evocando mejores tiempos.
Recordó, entre otras escenas de su larga vida en común, cuando su marido le dijo por vez primera que la quería... Fue una noche de verano, sentados en un cine al aire libre, de esos que ya escasean en las ciudades y con el cielo y las estrellas por compañeros de butaca. Él le había tomado las manos entre las suyas, y suavemente había acercado sus labios al oído de su amada:
- Te quiero, Ana. Te quiero para siempre, así me muera si miento...
Dos años más tarde, ya estaban casados. Hasta que la muerte nos separe... Ambos sabían que así sería: la muerte o el olvido, que es el peor tipo de muerte que puede sufrir un enamorado.
Ocho años después de aquella magnífica boda, todo resultaba distinto. ¿Dónde van los juramentos cuando el amor se acaba? ¿Dónde las almas, cuando no encuentran cobijo en la persona amada?¿Se puede vivir sin amor? ¿Se quiere vivir sin amor?
Eran las 12 de la noche de un frío y maldito viernes de Enero, y Ana había decidido no aguantar más aquella situación...
Durante meses, casi un año, Ana había estado sufriendo la amarga ausencia de su marido. Primero la ausencia psíquica, el olvido de fechas, de citas, de hablarse, de mirarse, de amarse... luego también la ausencia física. Siempre llegaba tarde: hay mucho trabajo en la oficina, tenemos que echar unas horas... le decía una y otra vez.
Ana quiso creer esa historia; por un lado, resultaba cómodo y por otro, confiaba en él y siempre había sido bueno y atento con ella, no quería ni podía ofenderle con la duda...
Pero una mañana... Una nublada mañana de Enero recibió una llamada telefónica. La llamada.
¿Es usted Ana?
Sí, ¿y usted... quién es?
Eso no importa ¿verdad? Lo importante es lo que voy a decirle...
Perdóneme pero... ¿Qué es lo que quiere?
Su marido, Andrés Martín, la engaña. Sale desde hace meses con otra mujer.
Y usted... ¿cómo lo sabe?
Soy la otra parte engañada. El marido de ella. Acuda esta noche al Café Francés y los verá juntos...
El Café Francés... le hubiera resultado cómico de no ser por el estado emocional en que se encontraba tras la increíble llamada. Había ido en innumerables ocasiones a aquél Café junto a su marido... El local, amplio, coqueto, romántico, decorado en tonos azules y tostados, lo regentaba un tal Mario, amigo de ambos desde la adolescencia.
Mario y su Café habían sido testigos de la amistad, el noviazgo y posteriormente del matrimonio de Andrés y Ana, pero eso, por lo visto, no era óbice para ser igualmente el lugar de sus encuentros adúlteros...
Por supuesto, Ana acudió. Desde el interior de su pequeño vehículo pudo observar cómo Andrés daba el brazo a una joven a la que creía haber visto antes en alguna boda de gente de la empresa. Los vio entrar en el Café. Los observó mientras se sentaban en una mesa y llamaban la atención del amigo Mario... Parecían muy felices...
Ana se sintió morir. Saberse traicionada por su marido y por su amigo a un tiempo era algo que ella no creía merecer. Volvió llorando y conduciendo a su casa. De todas formas, aquello aún podía tener solución...
No hay peor muerte que el olvido, se escuchó a sí misma decir. Más aún si la persona que te está obsequiando con la indiferencia es tu vida entera, tu razón de existir... tu ser... ¡No, aquello no podía estar pasando!
Esa noche, Andrés y ella hablarían: como primera medida él se lo confesaría todo, puede incluso que lloraran juntos para así limpiar las ruines telarañas del alma. Luego, más calmados, partirían de cero. Harían borrón y cuenta nueva. Todo olvidado...
- Andrés, ven, siéntate a mi lado. Tenemos que hablar.
Él sin articular palabra, obedeció a su mujer. Se situó junto a ella y la miró a los ojos, en silencio:
(Te quiero para siempre, así me muera si miento...)
Sí, Ana. Yo también he de decirte algo...
¿Sí? Pues... empieza entonces tú, por favor.
He conocido a alguien. Quisiera que nos diéramos un respiro en nuestra relación. Separarnos a ver qué tal nos va. Tengo muchas dudas sobre mis sentimientos...
Ana puso su dedo índice en posición vertical sobre sus labios, susurrando, necesitando silencio... Ya no podía oír más. Aquello no era lo que había esperado ni deseado escuchar. Él amaba a otra, y ella sobraba. Estaba dolorosamente claro.
Se levantó del confortable sofá azul como si el mismo diablo la hubiera hipnotizado, regia, con la mirada fija en la nada, el rostro serio, con la mirada más triste que imaginarse pudiera, y se dirigió muy despacio hacia la terraza de su bonito piso. De un salto, se sentó en la barandilla, y de ahí a la calle sólo medió un movimiento más...
Quería demasiado a su marido, y lo quería desde hacía demasiado tiempo como para saber vivir sin él. Por ello, tampoco hubiera podido hacerle el menor daño, pero había que dar una solución al problema. Y Ana la había encontrado: Borrón y cuenta nueva. Todo olvidado... Todo olvidado...
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