
Hojeando el número de la semana pasada de la revista Pronto (a veces hojeo las revistas que se compra mi madre, en su mayoría revistas del corazón, por eso que llaman deformación profesional y todas esas cosas), después de un nutrido reportaje fotográfico de las vacaciones de Belén Esteban, su flamante marido Fran y su hija Andreíta en Benidorm, topé con una entrevista exclusiva a Narciso Ibáñez Serrador, maestro indiscutible de la televisión en nuestro país y ahora alejado (a su pesar) de la pequeña pantalla. La entrevista transcurre en diferentes estancias de la inmensa mansión que el creador posee en la localidad madrileña de Somosaguas, donde vive rodeado de recuerdos y libros, y nos presenta a un Chicho convaleciente, postrado en una silla de ruedas, como consecuencia de una aparatosa caída que sufrió recientemente en su oficina y en la que se golpeó la cabeza contra un escalón de mármol. A pesar de que aquél accidente ha afectado a su sentido del equilibrio y de que vive solo tras separarse de su tercera mujer, Chicho pone a malos tiempos buena cara y resta dramatismo a su lastimera situación: No me siento solo, de verdad, no te miento. Aquí, encerrado en esta jaula tan placentera no tengo sensación de soledad. La entrevista no se centra tanto en su obra, evidentemente, de la que existe una paupérrima, pero bien documentada bibliografía (en gran parte proveniente de admiradores y aficionados al medio catódico y al cine de terror), sino que indaga en su faceta más íntima, más personal, y quizás también más desconocida. Así, a lo largo de las tres páginas de extensión que tiene la exclusiva, habla de la relación que guarda con sus ex esposas (Sí. Ahora, viéndolo con mucha distancia, no comprendo por qué me separé de las tres) y de la que mantiene con sus dos hijos fruto de su segundo matrimonio, donde parece no haber excluido la sinceridad (Alejandro quiere ser director de cine, pero no le veo con madera para serlo. Y que se enfade ). Durante toda la entrevista Chicho hace gala del carácter afable que siempre le ha caracterizado, al menos en su vertiente pública (porque en la vertiente profesional tiene fama de exigente), puesto que en los comentarios de sus matrimonios fracasados no hay atisbo de resentimiento alguno, ni tampoco en las alusiones a sus amigos y compañeros (Me llaman muy a menudo). Cuando le preguntan sobre sus próximos proyectos, después de una carrera trufada de éxitos y fracasos, pero no de indiferencia, el director de Un, dos, tres, pese a su inactividad física, demuestra que aún conserva intacta la actividad mental, y que tiene el cajón del escritorio de su despacho abarrotado de guiones y nuevas ideas, aunque otra cosa muy diferente es que al día de hoy, en medio de la despiadada guerra de las audiencias, consiga concretarlas. Me gustaría hacer cine y rodar de nuevo los últimos diez minutos de mi última película, La culpa, porque no estoy muy contento con el resultado. En estas declaraciones Chicho se refiere al episodio que realizó para la serie Películas para no dormir, una revisión y puesta al día de Historias para no dormir que reunió al maestro con las actuales promesas de cine español de género (Alex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Paco Plaza, Mateo Gil y Enrique Urbizu) y que Tele 5 y Filmax coprodujeron entre 2004 y 2006. La cadena de Fuencarral emitió algunos de los mediometrajes de esta colección a comienzos del año pasado, pero decidió no estrenar La culpa, tal vez a causa de sus discretos resultados artísticos más que del bajo índice de share logrado por los capítulos precedentes, según he podido deducir de las críticas que he leído en algún portal especializado de Internet, así que la TV movie fue editada directamente en DVD. A Chicho, autor de las espléndidas La Residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), dos incursiones en el género de terror que parecen oasis en medio del desierto de nuestra cinematografía, le queda la espinita clavada de este rechazo, de ahí su intención de cambiar el final del guión de La culpa; no obstante, considero este tropiezo un motivo insuficiente para su jubilación forzosa.

