Blanca, bella, redonda y torera
quiso ser
esa Ronda eterna y coplera
que un frío día vio nacer
al más soberbio torero
que la historia de los ruedos
haya podido tener.
Raza, temple, aroma y sol,
en tan noble corazón
y un capote tan valiente
que sabe toda la gente
de su valía,
y muñeca, gesto, muleta
¡ay, qué faena tan completa!
Es Antonio Ordóñez
porque la historia lo quiso así,
gran torero, ¡rondeño!,
ojos de azabache y sangre cañí,
arte y valor en los ruedos
del mundo entero.
Es Antonio Ordóñez
alma andaluza,
gran torero, ¡rondeño!,
capaz de parar el tiempo
lidiando sin contratiempo
con garbo y con madurez.
De misterios y de leyendas
su Ronda natal se alimenta,
y esa belleza
ese paisaje, esa luna
para que siempre el torero
pasee el nombre de su cuna
con honra de albero en albero.
Hijo de un rey de las plazas
y de una artista muy bella,
es Ordóñez un espejo,
ser de dinastía y de raza,
donde se mira el que empieza.
Maestro, siempre Maestro.
Antonio: de toreros torero.