Asistir por primera vez a un concierto de Isabel Pantoja es una experiencia irrepetible. Y aún más para quien a priori no va demasiado convencido. De repente entiende el porqué de tanto revuelo en torno a ella. Todas sus controvertidas historias privadas se quedan en nada ante la majestad de su arte.
Uno ha tenido la fortuna de presenciarla en muchas ocasiones, pero el pasado sábado fue como volver a verla por primera vez. Le ha sentado bien el alejamiento mediático y la inmediatez de un nuevo disco. Estuvo esplendorosa. No dejó un centímetro de escenario virgen. Parecía devorar el aire con su voz. El primero de sus dos conciertos en el Auditori fue tan memorable como aquella vez que cantó en el Liceu. Igual que entonces venía de la mano de Radio TeleTaxi, y como de bien nacido es ser agradecido, tras cantar Adoro exclamó: «¡Viva Catalunya, viva Barcelona y viva Justo Molinero!».
Empezó con una canción compuesta por el mexicano Juan Gabriel, Así fue, y recuperó otra pieza suya que hacía mucho no abordaba, Hazme tuya una vez más. Y así ha sido. Tras más de 20 años le ha vuelto a escribir un nuevo disco, recién grabado, del que nada adelantó. Con un vestido de corte hispalense en todo el sentido del término (tanto parecía una túnica de patricio romano como una blanca bata flamenca) dedicó la actuación a Michael Jackson: «Me dicta el corazón pedir un aplauso para este maravilloso compañero internacional. Este genio único que nos ha dejado», dijo emocionada.
MÉTODO STANISLAVSKI / Interrumpió el arranque de Desde que vivo con otro para pedir al técnico un foco de luz quieto, además del suyo. Ante la sorpresa generalizada dijo riendo: «Es que estoy creando». Y cantó tan melodramática pieza alrededor de ese vacío luminoso. La otra gran cumbre interpretativa de la noche fue su eterna Aquella Carmen. Ni formada en el método Stanislavski resultaría más convincente. Del mismo modo que domina todos los registros de su portentosa voz como cantante, se funde en el personaje de cada canción como una consumada actriz. Fue el concierto más largo que uno le recuerda. Sobrepasó las dos y media, en las que hubo tiempo para baladas, copla y flamenco. Y hasta para rescatar temas casi olvidados como A pesar del tropezón, en el que a tono con su actual estado de ánimo repite: «Aquí estoy, y es verdad que ningún mal dura cien años».