Hoy me llega un temblor antiguo de esmeraldas. Y un eco de Centuria en lontananza. Una luz asomada en las murallas, que se rinde a la tarde y se desmaya. Hoy me suena su nombre más que nunca, porque viene con él acompañada
Quedan todavía algunos días, poco más de una semana, para que a Emilio Marvizón Ruiz la Hermandad de la Macarena le entregue un diploma reconociéndole los más de ochenta años -toda una vida, como en la canción- de pertenencia a la misma. Pero, como cuando se acerca la Cruz de Guía a la carrera oficial, como cuando ya se sabe que por el color de los cirios se acaba el último tramo de los centenares de nazarenos del Gran Poder, yo ya tengo los nervios de punta de la gente en las sillas, cuando se siente la sacudida impaciente desde la Campana a la Catedral y el boca a boca hace pasar de unos a otros la Buena Nueva de la Esperanza: ¡Ya viene, ¡ya viene!.
Así estoy esperando el momento, inquieto y emocionado, de ver aparecer a mi tío Emilio por las puertas de la Basílica dirigiéndose hacia Ella, rodeado de toda su familia, acompañado por su mujer y sus hijos, en el regalo inmenso y divino de hacerlo él solo, con ochenta y tres años, por su propio pie y con su propia vida, contando él mismo su memoria, esa larga memoria macarena que te ofrece en el aroma de un viejo sabor de sonrisa y llanto, con la solera del poso de la historia, aquilatada de luz por Resolana.
Así estoy esperando a Emilio Marvizón, viéndolo llegar sin más apoyos que el del mimo de los suyos, con la elegancia de siempre, con el traje clavado y en el tono preciso de la ceremonia que le espera, con una de esas magníficas corbatas que no hay quien encuentre y te deja preguntándote, como si anudara al cuello una especie en extinción:
-¿A dónde habrá dado el tío con esa corbata?
Así estoy esperando a Emilio Marvizón, deseando que den las ocho y media del sábado dos de abril como una de esas cosas que en la vida se disfrutan antes, durante y después de que pasen. Es una expectación que me parece estuviera escribiendo Gámez Laserna en la emoción de su marcha Pasa la Macarena. Sí, pasa La Macarena y pasas tú con ella, Emilio Marvizón. Pasa La Macarena y pasas tú también desde el viejo tiempo de San Gil al de la construcción de su nuevo templo sobre los restos de la herida siempre abierta de la guerra, esa maldita guerra (¿es que alguna no lo es?). Pasa contigo La Macarena en las velas enrizás del romance de valentía, cuando lloraba la pena torera por la muerte del chaval. Y contigo me llega en su manto de malla de azulejos. Y en el pellizquillo de Gamero el vestidor, que talló la blonda de su asombro y la valiente mirada despejada. Pasa contigo La Macarena de un pasodoble rezando y aquella que está en San Gil del emigrante del adiós mi España querida. Pasa contigo La Macarena escondida en tantas casas y en la tuya, para salvarse de las quemas y quedarse siendo siempre ella misma la llama de miles de corazones. Pasa contigo La Macarena en la calle Orfila. Contigo su olor a nardos en el cajón de la leyenda de su verdad. Contigo en La Anunciación. Contigo en su regreso al barrio que la vio nacer, si es que a La Macarena se le puede llamar nacer después de que los versos de Buzón la bajaran del cielo
Pasa La Macarena y pasas tú con ella. Pasa contigo La Macarena de Bohórquez, la de Zubiría, Mihura, González Reina, Pablo Romero Pasa contigo, Emilio Marvizón, La Macarena de tu Boda en diciembre y la de mayo camino de la Catedral para ser coronada al son azul celeste de los Seises. Pasa contigo La Macarena, mientras contigo se queda. Porque ese su prodigio: que pasando se queda. Que con La Macarena una cosa es pasar y otra es irse. La Macarena, como en su marcha, pasa; pero pasando se queda. La Macarena nunca se va. Se te queda para siempre sujeta al pecho como una respiración imprescindible. Después de verla hay que elegir: o te entra el aire por Ella o te asfixias.
Hubo un tiempo en el que no se podía pisar el suelo de Sevilla sin leer de continuo su apellido. Marvizón fue la marca de la fundición familiar en la calle Curtidurías. Ahora también está a punto de entrar para la historia de la ciudad y de sus gentes escrito entre las negras y las corcheas de un pentagrama inolvidable. Desde el sábado dos de abril, cada vez que en una Madrugada suene Pasa La Macarena, entre sus acordes se escuchará eternamente la música que tras de sí dejan los hombres que hacen la vida, que atraviesan la vida, pasando con Ella.
Decía que hoy me llega un temblor antiguo de esmeraldas. Pues también digo, y estoy seguro en esta ocasión excepcional, que me llega desde Parras la voz de Marta Serrano y su saeta:
Va escrito en el pergamino
Un hito que al cielo llega:
¡Más de ochenta años de amor
los de Emilio Marvizón
a su Virgen Macarena!
(*) José María Fuertes es cantautor y abogado