
Aunque siempre están de alguna manera u otra en mis historias, en mis letras y, si me apuran, hasta en mi música, voy a empezar a escribir sobre mujeres. Bien pensado, no dejan de ser el destello de la vida, la arista luminosa entre tantas caras como forman la existencia. Esa existencia que ellas me han complicado no pocas veces, pero que también hubiera sido insípida sin los altibajos de sus apariciones estelares y sus despedidas difíciles. Mujeres
Una de ellas acaba de parecerme especial sólo por decirme algo nada común en los tiempos que corren, cuando ya nadie espera a nadie. He querido conocerla, acercarme a ella, abrir de par en par sus pensamientos y su verdad, desvanecer la falsa apariencia con la que se defiende una vez más de la presumible tomadura de pelo. Intento que baje la guardia de los temores y quitarle el escudo con el que se protege de miedos. Parece estar de vuelta de aquellos -tantos- que persiguen lo inmediato en un mundo que quiere vivir el instante, sin agallas para determinarse por los esfuerzos propios de ganar el futuro. El planeta está lleno de cobardes y ella lo sabe. Yo no quiero presumir de nada, pero cuando percibe que no me rindo a sus evasivas, que vuelvo una y otra vez a la carga de acortar distancias entre los dos, me reacciona con unas palabras que me conmueven:
-Gracias por insistir.
Insistir era lo propio, lo natural de hombres; pero por lo visto se ha convertido en una pieza de museo digna del agradecimiento de una mujer cuando la encuentra en pleno siglo XXI.
Insistir era lo menos que se esperaba de quien realmente quería a alguien entre sus brazos, de quien era capaz de compromisos, de quien pensaba acerca de otro que merecía la pena luchar por conquistarle.
Insistir se hacía a base de acercamientos primero gracias a quienes ya le rodeaban antes que tú, y después aproximándote tú mismo cuando le habían llegado la noticia o los comentarios de que te morías por sus huesos.
Insistir se llevaba a cabo con mil peripecias y estrategias para lograr su cercanía. Insistir no conocía las rendiciones, se ayudaba de alguna canción que fortalecía el empeño de los mejores sueños, mientras las madrugadas se pasaban en blanco con una idea fija en la cabeza y una llama viva en el corazón.
Todo ha cambiado. Ellos esperan imperturbables a que sean las mujeres las que se acerquen, las que paguen por el camino de esa arrogancia el peaje de la igualdad de derechos que, a lo peor de esa forma, las ha llevado a padecer más desigualdades aún.
Todo el que escribe se sitúa en la punta de la navaja del debate, en el arma de doble filo de lo discutible. Uno jamás tiene -ningún ser humano- la verdad entera de nada a su disposición. Siempre pisa el terreno resbaladizo de la exageración, el del pesimismo o el de la esperanza. Pero que conste que ha sido una mujer la que, en el año 2011, me ha dado las gracias por insistir. Ha sido tan increíble como bellísimo.
José María Fuertes

