CRÍTICA
LA PIEL QUE HABITO España, 2011 Director: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar; inspirado en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet. Fotografía: José Luis Alcaine Música: Alberto Iglesias. Intérpretes: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Jan Cornet, Roberto Álamo, Blanca Suárez, Eduard Fernández, José Luis Gómez.
Es la segunda vez que Pedro Almodóvar se apoya en una novela para escribir un guión (ya lo hizo con Carne trémula), y es la primera ocasión en que el manchego se adentra en los vericuetos del cine de terror, con una nueva versión sobre el mito de Frankenstein; aquí es Antonio Banderas el doctor que experimenta en su laboratorio privado para crear a su propia criatura (Elena Anaya), a la que mantiene encerrada y sometida a múltiples operaciones. En este secuestro, también hay algo del síndrome de Estocolmo que vimos en Átame!.
Lo más sorprendente de La piel que habito es el hecho de ver a un ganador de un Oscar al mejor guión (por Hable con ella) construyendo una historia de manera tan torpe y chapucera, con saltos en el tiempo metidos con calzador, incoherencias argumentales, recursos facilones, errores de bulto y secuencias enteras absolutamente prescindibles; hay demasiados fragmentos que no aportan nada al relato, incluida la aparición de su hermano Agustín con varias frases en una escena pretendidamente cómica; los cameos del productor Agustín Almodóvar son habituales en las cintas que dirige su hermano, pero nunca lo había hecho para protagonizar un momento tan innecesario, con un tipo de humor que no cuadra con el resto del filme.
La gracieta de Agustín forma parte del estilo almodovariano, y se convierte en un lastre para la cinta. Esta vez, la comicidad y las frases chistosas están dentro de una película seria, y no encajan con el tono oscuro y austero que domina el relato. El humor de Almodóvar nunca ha resultado tan chirriante como en esta ocasión. A todo eso hay que añadirle algunos de los peores diálogos de toda su filmografía, más propios de un guionista novato que de un cineasta consagrado; son frases y réplicas completamente forzadas, cargadas de artificiosidad y que incluso invitan a la risa en los momentos más serios.
En cuanto a los actores, poco pueden hacer para darle algo de credibilidad a un disparate de tal calibre. No se debe juzgar el trabajo interpretativo cuando a los intérpretes les ha tocado en suerte una galería de personajes tan acartonados. A Banderas le obligan a ser comedido y se queda en algo frío y carente de emoción, a Elena Anaya la enfundan en una piel que no le sienta bien, y Marisa Paredes se ve abocada a la afectación de otros personajes suyos almodovarianos. Todo es demasiado fingido e inverosímil, un despropósito que nada tiene que ver con alguien que ha demostrado ingenio y talento en sobradas ocasiones. Jaime Fuertes