
En muchas personas hay siempre algo de rechazo a la Navidad, de temerle, de no querer que llegue y hasta de que pase cuanto antes. A nadie le gusta que le sacudan las entrañas, que le recuerden grandes ausencias o que se les emplace a solas con el silencio. La Navidad es un reto, el mismo reto que Dios hubo de afrontar: hacerse un hombre, un ser humano. Y nos descubre un año y otro la larga distancia que aún nos queda entre lo que fuimos en Él y lo que podemos llegar a ser nosotros. En estos días, las calles, sus luces, los campanilleros todo, parece querer dirigirnos una flecha al corazón. Y eso duele. De alguna manera, todo en el ambiente parece haberse puesto de acuerdo para violar nuestra intimidad.
La Navidad nunca vuelve. Es siempre nueva. Es la última, esta de este año. Es dulce, amable y grandiosa como lo es la propia noticia de Amor que guarda, pero no tiene consideración con nuestros disimulos y retira los paños calientes con los que vamos tirando. Nos pisa los talones huidizos de la sinceridad. Pone el dedo en la llaga de nuestras malas costumbres y, sobre todo, de una de las peores: querer a medias. Se dijo un día que por ser tibios, pueden vomitarnos.
No crean que me gusta mucho que llegue la Nochebuena. Me da algo de pánico, de vértigo, saber que puedo llegar a ser tanto y reconocer que soy tan poco. La Navidad me apunta con el dedo, me pone al descubierto, me señala sin reparos, me destroza las apariencias y derrumba mi fachada. El portal de Belén es una verdad descarnada, una noticia tan feliz como atroz, que trae -sí, de acuerdo- el canto de los ángeles, las voces blancas de los niños y el mensaje a los hombres de buena voluntad; pero también acaba de nacer Aquel que trae un mandamiento nuevo entre los pañales, el que va a poner la otra mejilla y amará a sus enemigos. Eso es mucho. Es demasiado para ser un simple hombre como yo. Eso es imposible. Jamás estaré preparado para la salvación. En la Nochebuena acaba de llegar al mundo Alguien cuyo mensaje de amor sin límites me aboca a salirme de sus planes. O me libra su infinita misericordia, o no puede contar conmigo.
Y, además, está esa noche el lacerante hueco de los que ya se han ido o de los que faltan por una causa u otra (mi hermana Pilar y su familia, sin ir más lejos que a Zaragoza, desde donde no podrán venir).
Yo ya llevo años sin mis abuelos, sin mi padre, sin primos incluso. Y tú vas a pasar quizás por la primera vez que no te acompañe alguien, que no esté tu padre. De todos modos, por ti me aúpo sobre las tristezas y las melancolías, las tuyas y las mías. Si no tenemos fe en esa noche, no tendremos fe en nosotros mismos ni en la vida, la que Él dividió en dos, antes y después de su venida. Por mucho que vengan nochebuenas con sillas vacías, la cuna siempre estará llena. Llena de Dios. Y yo, tenlo por seguro, me acordaré de ti. Especialmente de ti. Feliz Navidad. O cuando menos, fecunda Navidad.
José María Fuertes

