Para explicar lo que ha hecho el Rey antes de dirigir a las cámaras de televisión -que no es lo mismo que a todos los españoles que pretende y nunca consigue- su mensaje de Navidad, me acuerdo de nuestro añorado Paco Gandía, que le hubiera dicho con una de sus geniales comparaciones: Majestad, ha dado usted más vueltas que una palomita en un quinqué.
Cuentan que han sido días y quebraderos de cabeza los que se han tomado los asesores reales para atinar en el mensaje con la forma de pasar textualmente por el marrón que Urdangarin le ha largado a su augusto suegro. Al parecer, estaba el debate en tocar o no tocar, esa era la cuestión. Y se recomendaba, como así se ha hecho finalmente, la conveniencia de darle la cara al espinoso tema del presunto mangoneo.
El Rey ha pasado de puntillas o, como poco, con alfombra, que es por donde suelen caminar los reyes dentro de sus palacios. El suelo puro y duro es para los súbditos, está claro, sin parqué y con adoquines de esos que retrataba Luis Arenas con los pies descalzos de un penitente.
Muy bien, don Juan Carlos, esos naturales con el conjunto ese de palabras sobre el enorme vacío de ejemplaridad sobre el que vivimos. Pero el que desde la barrera, el apoderado o quien fuera, pretendiendo escribir el remate de la faena, la última gran suerte, le dictó que clavara el estoque en aquello de que la justicia es igual para todos, fue a dar con la espada en la trasera y apenas a la mitad. Como Su Majestad entiende bien de toros -y encima de toros en las Ventas-, me habrá entendido a mí también.
Yo sé que usted, señor, lo dijo embebido en el follón que un miembro de su familia le ha largado a la Casa Real. Por lo visto era poco el casarse con su hija para que la vanidad y la ambición de un jugador de balonmano descansaran para siempre. Comprendo, señor, que a usted le quite ahora el sueño su yerno; pero es que a mí me lo quitan mis hijas, absolutamente inocentes y libres de toda sospecha, padeciendo por el divorcio de sus padres decisiones judiciales que no debería comprender ni marginalmente un estado de derecho; y tampoco pegan ojo desde hace años los padres de Marta del Castillo, decepcionados con los pasos y procedimientos de un juicio del que aún no conocen la sentencia, pero se la huelen y se la están masticando; y sufren insomnio los familiares de las víctimas de ETA desde el fatídico día en que perdieron, por un salvaje tiro en la nuca, a su cónyuge, a su padre, su madre, su hermano, a su hijo; y no da crédito la sociedad a que esté de parranda un criminal de veintiséis muertes llamado De Juana Chaos; y que se tarden ¡veinticinco años! -unas bodas de plata de la complicidad criminal- para ilegalizar a Batasuna; y que un delincuente común con un máster en detenciones salga mejor parado que el titular de un coche aparcado en doble fila No sigo, señor, porque Su Majestad lo que ha hecho por encima de todo no ha sido otra cosa que felicitarme, como presunto español de bien y buena voluntad, la Navidad. Pero el tío que le ha escrito el christmas ha pegado un patinazo de por lo menos siete cáscaras de plátanos.
Para que un año de estos y en otra Navidad venidera la frase sea una auténtica realidad de España, estamos esperando la actuación decidida del nuevo Gobierno, a que se implante por el Partido Popular firmemente un marco de auténtica justicia desde las mismísimas nuevas leyes que necesitamos -nuevas digo, que sean constitucionales y no socialistas-, hasta las salas judiciales por las que hayamos de entrar los españoles a los que nos toque. Hay que erradicar las caprichosas sentencias que sobre los mismos supuestos se dictan completamente diferentes de un juez a otro no ya en distintas ciudades, sino incluso en la misma. Y si los españoles, como establece la norma suprema, somos iguales ante la ley, ¿por qué ese principio fundamental está quebrado en tantos casos por los parlamentos de las comunidades autónomas? Y si estos perfeccionan y adelantan a cuanto emana de las Cortes Generales, ¿por qué el Congreso de los Diputados no corrige el error de haberse quedado atrás?
Le diría, señor, que disculpara mi impertinencia por hablarle de estas cosas en estos días. Pero como Rey de los españoles podrá imaginarse, por mucho que un yerno lo traiga de cabeza, a cuántos se nos hacen muy difíciles precisamente estas fechas por culpa de que la justicia no es igual para todos. No, Majestad. Con todos mis respetos, Feliz Navidad.
José María Fuertes