A la altura de las primeras horas de la tarde de este Viernes Santo que otra vez se la juega con la alta probabilidad de lluvias, ya estoy convencido de que va a quedar escrita una Semana Santa recordada sobre todo por las nubes negras que nos la aguaron en la mayoría de sus días. ¡Qué lástima! ¡Mira que ha habido semanas para que pasaran las borrascas! Pero la historia de los nazarenos de Sevilla está hecha en gran parte de forjar su carácter en la desilusión de volverse a casa sin que salga su cofradía.
Y también estoy convencido del afecto, el respeto y la admiración que Sevilla tendrá para siempre al hombre que nos ha acompañado en las decepciones de no haber visto en la calle muchos de nuestros pasos. Al hombre que de corazón, de verdad y no por cumplir, parecía dar un pésame a Sevilla cada vez que se descartaba definitivamente una salida; o se sentía de enhorabuena cuando el cielo daba su placet de azul o de estrellas para que las cruces de guía avanzaran hacia la Catedral, como en la reciente Madrugada. Al hombre que hemos seguido como a un amigo de andanzas cofrades que compartía con nosotros cada momento de la Semana Santa. Él se llama Víctor García-Rayo; y no sólo ha devuelto a la televisión -Giralda, la municipal- al lugar dignísimo de lo bien hecho, de lo que ya no se puede hacer mejor, sino que le ha abierto nuevos caminos y formas personalísimas de contar la Semana Santa de Sevilla.
Hay un equipo, podrían indicarme. Pues claro. ¿Quién no lo advertiría en las acertadas intervenciones de Pedro Domínguez, Irene Gallardo y Óscar Gómez e invitados como Pascual González, imprescindibles para una cobertura informativa tan amplia, dispar y distante en sus puntos de ubicación? ¿Quién no se daría cuenta de unos cámaras nuestros inmejorables que encuadran y nos acercan las imágenes como nunca supo hacerlo el que venía puntualmente de Madrid? ¿Quién queda ajeno a una realización impecable, con simultaneidad de conexiones hasta paralelas como en los regresos de La Macarena y la Esperanza de Triana? ¿Quién no agradece la combinación perfecta entre palabra y silencio, dando al telespectador la explicación y el sonido directo en su justo tiempo, sin rebasar la línea sutil que hay entre lo que necesita según el momento? Los que en Giralda TV nos cuentan la Semana Santa no se oyen a sí mismos, sólo pretenden y lo consiguen que les escuchemos nosotros, desde sus tripas de sevillanos de bulla, próximos y cercanos incluso a quienes ya no pueden meterse en ellas: enfermos, ancianos de residencias, ciudadanos de hospitales geriátricos o personas mayores impedidas.
Víctor García Rayo ha estado con miles de sevillanos en las duras, no sólo en las maduras. Y eso le une para siempre con el público, con la millonaria audiencia que ha llegado ser internacional, cuando algunos enviaban su felicitación desde Tejas, al sur de Estados Unidos. Ha estado en las duras de una Semana Santa de intranquilidad, desasosiego, decepciones, ánimos bajos, tristezas de niños y mayores, desolaciones de tantos sueños esperados de sol y primavera.
Pero lo que más me gusta de Víctor García Rayo es que retransmite la Semana Santa del creyente. No sólo es la voz del locutor de la cultura de un pueblo, sino de su Fe. Víctor tiene la luz carísima de quien ha estado en los límites de la realidad. Y se nota en su corazón. Sabe muy bien que el punto de partida de todo esto que al cabo de más de veinte siglos llamamos la Semana Santa, es un condenado a muerte de cruz llamado Jesús de Nazaret. Y que era eso que oímos en directo, en Giralda TV, cuando el Cristo de las Penas, de la Hermandad de la Estrella, se dirigía hacia el dintel de su templo para hacer su salida el Domingo de Ramos. El capataz fue más imperativo que nunca:
-¡Vámonos de frente con el Hijo de Dios!