Es joven, pero con una sólida formación, la que trasmiten los maestros. Estudió en la Escuela Imagen, pero fue Obdulia, su madre, la que le inculcó el amor a la profesión. Es modista, muy exigente y primorosa. De ella aprendí el señorío en la costura; es decir, que las prendas parezcan que no han sido cosidas, sino que han nacido así. Eso no lo entiende mucha gente, sólo una élite. Pues si nos atenemos a la clientela de Manolo Giraldo, la élite es, paradójicamente, una mayoría que reconoce que supo aprovechar las enseñanzas maternas.
Pero también es un alumno aplicado del maestro sastre Fernando Rodríguez Ávila. Su buen hacer se nota en mi costura y en el giro que le he dado a mi forma de coser y de ver las prendas. Su forma de coser es ofrecerle a la cliente el vestido de su vida, de novia, de madrina, de fiesta, de cóctel , sin dejar de ser ella misma. Ahí radica la elegancia, que no tiene edad y que forma parte de la educación. Una joven puede ser elegante si no es pretenciosa. La pretensión es lo peor en la moda.
Y evidentemente que puede ser elegante con esos vestidos tranquilos, sosegados, relajantes, para flotar y airosos, como los define su autor. Muy trabajados, pero sencillos y versátiles, en mikado, gasa, seda natural, guipur o gazar, que es mi tejido favorito. Vestidos que son suspiros y que tan bien le sientan a mi musa, la modelo Mónica Rosón. Una mujer excepcional. Buena madre, esposa, ama de casa, inteligente y con un gran afán por aprender, además de tener clase, gusto y ser muy elegante.
Manolo Giraldo dice que a la clienta no hay que molestarla demasiado, que un traje se hace en quince días, con tres pruebas, incluida la de la glasilla. El largo será según la pierna, la edad, la personalidad y el evento. Yo tengo que vestir a una mujer, no a un maniquí, asegura este modista que reconoce respirar y pensar en moda durante las veinticuatro horas del día. Soy de los que van con la señora a la tienda de tejidos, que en Sevilla las hay muy buenas, tomamos café y voy conociendo su manera de ser para saber cómo la debo vestir.
Dice que la apertura de su taller es un paso más en su carrera, de esos pasos que ha ido dando lentos pero seguros, en su condición de hormiguita de la costura. Se sorprende de que Valentino no haya cogido en su vida una aguja y un dedal, que es como se cose ortodoxamente, por eso comenta que qué sería de él o de Karl Lagerfeld sin sus equipos. Hay mucha gente en los pueblos que hace maravillas, pero que por circunstancias de la vida sus nombres no salen a la luz. He visto a señoras moviendo las manos como lo hacen los grandes de la costura. Supongo que se refiere al señorío, a ese del que Manolo Giraldo hace gala.
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