A Arturo Pérez-Reverte parece que le ha salido un tiro por la culata, él que estuvo tan acostumbrado a ellos cuando como corresponsal vivió en primera línea de fuego las grandes guerras de medio mundo y parte del otro. Pero acaba de apuntar contra Sevilla. Mal asunto de antemano.
Un comentario del escritor en la red social Twitter ha provocado la división de opiniones. Reflexionaba sobre la película Grupo 7, basada en el trabajo de la unidad antidroga de la Policía sevillana durante la Expo 92, cuando disparó a quemarropa unos pocos de vocablos a la ciudad: Maderos, yanquis, putas y gentuza. La vida misma. La Sevilla real. La que incomoda y nunca saldrá en el Hola. Esa Sevilla cutre que era así en el 92 y lo sigue siendo. Sevilla más real que ese otro camelo de ferias de abril y semanas santas y rocíos varios que nos venden a diario.
Da la impresión de que las balas han ido certeras a las piernas de los que de por sí andan poco, los que apenas se mueven del sitio de siempre. Como algunos pretenden hacer creer, yo no entiendo los disparos de Pérez-Reverte contra el corazón de una ciudad en la que él mismo suma ya una parte de sus latidos, una ciudad que él ama tanto. Si esa es una Sevilla real -que lo es-, no es una Sevilla total; porque en ese caso sería estúpido que un hombre tan inteligente viniera tanto; sería la visita de un masoquista, no de un admirador.
Cuando los creadores hablan, cuando los artistas se manifiestan, se trata de creadores y artistas, no de notarios. A mí me suenan las palabras de Pérez-Reverte no más allá del ámbito de lo emocional, con el hedor propio de quien percibe a kilómetros el olor pestilente que vive en todo lo urbano, en Sevilla también. Huele como un mastín, a leguas del asco y la repugnancia. Sus maravillosas novelas demuestran que posee una astuta sensibilidad a años luz de la nuestra.
Pérez-Reverte es un superviviente, una especie de ave fénix bélico que se ha salvado varias veces de los límites de la realidad. Por eso los conoce tan bien, con precisión. Los que vuelven de esos duros lugares de la vida -y de la muerte- lo hacen asistidos para siempre de la luz de la rebeldía y la inconformidad. Creo que sólo han sido palabras para defender lo que le apasiona. Sabe distinguir perfectamente la línea que separa un largo tramo de nazarenos de la raya blanca y peligrosa de la droga.