Ayer me encontré las páginas de las redes sociales salpicadas por los lunares de su bata de cola, agitadas por su famoso temperamento. ¡Cuánta gente -y joven- recordaba a Lola Flores en otro aniversario más de la fecha en la que la gloria nos arrebató lo que era suyo! A fin de cuentas, Lola Flores no fue más -ni menos- que una extraterrestre que estuvo aquí de prestado; un ente inquieto y volátil digno de estudiar la ufología. Se empleó bien en lo humano, creo que sólo le faltó montar en globo (si es que no lo hizo también), pero llegó de la galaxia de los únicos, de los irrepetibles, y debió regresar a ella. La lógica fue imposible con Lola Flores. Por eso un cronista en Nueva York escribió sobre el debut de La Faraona los dos sumandos y el resultado de la aritmética del genio: No sabe cantar, no sabe bailar: pero no se la pierdan.
Gracias a Lola Flores incluí un prototipo más en mi clasificación hasta entonces sobre las mujeres. Ocurrió la noche en que me la crucé ante la Giralda. Fue un instante fugaz, como cuando en la oscuridad elegida del estío se produce la lluvia agosteña de estrellas y hay que estarse muy atento para seguir el fino rastro de una blancura veloz. Sabía distinguir entre mujeres monas, bonitas y guapas. Con Lola descubrí que las había deslumbrantes.
Sólo los internautas parecen encargarse ya de las cosas que sabían encargarse los periódicos. Algunos colgaron auténticas delicias como la entrevista de Lola Flores con Balbín. Pero las hojas candentes de una actualidad que está que arde, no tienen sitio para evocaciones, no hay hueco para la nostalgia. El imperativo es la última hora. Y si vieras cómo está esto, Lola
Como no te cueles por el huecograbado de adaptar tus letras a una España que, cumpliéndose el pronóstico de Alfonso Guerra, no la conoce ni la madre que la parió, no tienes manera de imprimir una mínima semblanza de aquel imperio de arte en el que, desde Jerez a América, tampoco se ponía el sol.
Mira, Lola, aquí no estamos para coplas como no sea en Canal Sur y bajo la batuta de mi buen amigo José Miguel Álvarez. Y eso que la vida se va convirtiendo en un largo verso lorquiano, donde nos asestan diariamente una nueva puñalá trapera de la estafa electoral. Ahora nos llevamos a los labios una de tus zambras, y acaba trocándose en la amarga historia de un país burlado, ese país -¿pruebo, Lola?- que es lo mismo que un nublado de tiniebla y pedernal, es un potro desbocado que no sabe dónde va. Ese país que da pena, penita, pena. Porque, Lola, si en el firmamento poder yo tuviera iba a pasar esto aquí ¡por los cojones! ¿Tú tienes idea de lo que está pasando aquí? ¿Tú sabes las piedras de molino que estamos comulgando con la mentira bestial de que el pato debemos pagarlo los que no tenemos culpa? ¿Tú sabes la de trincones no que ha habido, sino que sigue habiendo aquí, torbellino de colores, no hay en el mundo un ladrón que sepa robar mejor que un diputado en las Cortes? Si es que a este paso, tras las rejas, sólo nos va a quedar un disco, una placa se decía antes, de Manolo Caracol llamando al carcelero. ¡Qué vergüenza, Lola! Lo tuyo aquello de Hacienda y lo de una peseta cada español se queda en dodotis, por no decir en el braguetazo de Urdangarín.
Con la de éxitos tuyos que disfrutamos como propios, no te veas, Lola, la que estamos pasando con un fracaso, un estrepitoso fracaso, llamado Rajoy. Es como para volver a los tiempos en que a los malos artistas se les tiraban tomates. Es para patear el teatro entero. Es para llevártelo al Café de Levante, meterlo en La zarzamora y dedicarle aquello de que decía la gente que si era de hielo, que si de los votos se estaba burlando. ¡Vaya un tío de mármol para un pueblo cálido que las está pasando putas con su embuste europeo! Como si no hubiera sitios a los que mirar antes que a nuestros sueldos, a nuestros esfuerzos, a nuestras pagas, a nuestros horarios, a los copagos sanitarios, a las subidas de impuestos, a las retenciones haciendo la vista gorda con los bultos que estamos viendo todos, con las hinchadas subvenciones que sobornan a los sindicatos, con los sueldos de sus señorías, con las pensiones vitalicias millonarias por haber ocupado un escaño, con cerca de ochenta asesores para la presidencia del Gobierno, con mantener al Senado contra el viento y la marea de su inutilidad. Y en Sevilla, Lola, como aquí hay tanto arte, en Sevilla encima la Operación Triunfo del alcalde. Ese debe de ser, digo yo, el famoso arte que no se pué aguantá, pero con el que vamos a aguantarnos.
Y para que lo entiendas, Lola, querida Lola Flores de España, para que te hagas una idea de la que hay liada donde viviste entre nosotros, la nación es como un templo marbellí abarrotado de curiosos políticos que no saben qué es la política, que les importa un carajo que conlleve una vocación de servicio, un sacrificio personal entregado al bien común de todos. Y me gustaría gritarles junto a todos los españoles honrados, encaramados al atril, alzando la voz para que se nos oiga fuerte, claro y por encima de su confuso ruido sin verdades: Si nos queréis ¡irse!.