
Te has ido convirtiendo en un escándalo llamado Dios. En realidad, lo fuiste ya desde el principio de los tiempos. Tú mismo te reconoces así en un lugar del Evangelio.
Eres posible, pero inconcebible. Sólo tener fe en Ti debiera ser mérito bastante para merecer una salvación. ¿Qué más habría de hacer un ser tan pequeño como el hombre después de cargar con una idea tan grande como Dios?
El sufrimiento es la gran piedra de toque de ese escándalo. Los seres humanos no tenemos más que unas cuantas alternativas donde elegir. Pero Tú, siendo Dios, las tuviste todas. Todas. La creación de la vida humana estuvo a tu alcance divino de infinitas formas. ¿Y tenías que habernos dado precisamente aquella que fuera unida inseparablemente al dolor, con capítulos de dramas, tragedias, catástrofes, hecatombes? No sólo esto es la vida, claro. Lo sé, Señor. Pero ¿cuánto cuesta muchas veces que por este lado del mundo estemos saboreando un helado mientras por otro hay miles de niños muriéndose de hambre? ¿A costa de qué bailamos por estas tierras, incluso en romerías, si a la par una guerra se cobra sus víctimas? ¿Qué precio paga Calcuta para que por ejemplo exista Sevilla? ¿En qué balanza has puesto las cosas para que te compensen?
Ya puedo, por fin, hacerte preguntas de abismos sin que me separen de Ti. No tengo amarguras. Hasta ahora, cada lágrima derramó también su esperanza. Tengo interrogantes que me prueban. Nací con ellas. Me iré con ellas. Tú mismo, de hombre agonizando, también las tuviste. Sin embargo estoy más vivo que nunca, por eso te pregunto tanto. Siento más que nunca, palpito más que nunca, disfruto más que nunca. Como alguien dijo, me he metido la vida en vena. Ha llegado la hora en que se me ha quedado chico mi barrio, mi geografía de cuatro recados, mi escuela de libros supervisados, mi iglesia de siete pecados capitales, mi confesión de enmiendas imposibles ¡al diablo todo! Tengo además dos hijas maravillosas a las que no puedo servirles las mismas asustadas respuestas que me dieron a mí. No van a tratarte con miedo, no voy a contarles que ajustas cuentas, que esperas por las esquinas de la memoria de sus fallos, que las castigas con el rigor de las excomuniones. ¡A la porra el infierno! Ni las monjas indecentes y neuróticas blanqueadas como sepulcros, ni los curas cansinos que se enrollan en las homilías, van a estropearles que coman tu pan. No les va a dar fatiga ir a misa. No van a cumplir cada domingo. Contigo no se cumple, contigo se ama.
Y sigo, sin miedo a quedarme en la nada y sin Dios en una de estas: por ejemplo en la foto de una niña muy pequeña con el pañuelo en la cabeza ocultando su calvicie atroz de cáncer. ¿Tú te emocionas con ella como nosotros? ¿Tú la llamas princesa? Oye, Señor: ¿hasta esa inocente llega también lo de hacerse tu voluntad en la tierra como en el cielo?
¡Así tienes a tantos médicos!: escépticos, agnósticos e incrédulos, con sus quirófanos como fábricas de ateos. Con las plantas de niños infecciosos tambaleando el espíritu de sus padres. Después dirán la barbaridad esa de que la fe es un don, un regalo que Tú das a unos y del que privas a otros, como una desigualdad injusta que echara más peso en la amargura de los desorientados.
La vida es un milagro, sí; pero entre todos los posibles a tu antojo, ¿tuvo que ser este y de esta forma? Si Tú lo ves todo, lo pasado, lo presente y lo futuro, ¿no fue alevoso permitir que nuestras vidas fueran a dar con este sino de felicidad escurridiza que hasta nos da miedo cuando dura más de la cuenta? Y si lo viste todo antes de que fuera ocurriendo, ¿hay alguna novedad para Ti o cosas que te sorprendan?... Y dime, Señor, ¿Tú qué miras?, ¿qué miras ahora?, ¿algo puede llamarte la atención?, ¿hay asombro en Ti? Si te sabes el futuro, ¿esperas nuestros acontecimientos, te preocupan nuestras ilusiones, te inquietan nuestras zozobras, valen nuestras oraciones, rezar puede cambiar nuestro destino, variar el curso de lo previsto, salvar de la muerte a un enfermo o de un accidente al que partió de viaje, y todos esos temores que nos quitan el sueño e intentamos detener con un Padre Nuestro? ¿No llevas culpa de Dios por haber permitido este porvenir de la historia humana premeditado por Ti?
Tú sabías que iba a haber besos, caricias, abrazos, flores que oler, pero ¿por qué tenía que unirse todo eso a los dolores de parto con los que la vida iría dando a luz cada día?
Se supone que un hombre que interroga así a Dios debería perder la fe después de sus preguntas. Viejas preguntas desde siempre al fin y al cabo. Pero ahora son la mías, las de mucha gente otra vez y en otra época
¿Dónde ha quedado tu gloria por el largo trecho de la historia? A ver, dime, no me contestes zarandajas como hacen los beatos, no me lo digas con el lenguaje lejano de las encíclicas, háblame sin los intermediarios que convierten tu palabra en otro apócrifo. ¡Menudo cajón de sastre se han hecho con lo de cuanto atáreis y desatáreis en la tierra y en el Opus! ¡Qué enorme distancia desde una barca en el lago hasta una prelatura! ¿Dónde naufragó tu gloria, dónde se hundió tu Reino? ¿En los campos de concentración nazis? ¿Vietnam quizás? ¿En Hiroshima o cuando se desplomaron las torres gemelas? ¿Quedó tu gloria enterrada entre miles de cadáveres inocentes por los escombros? Pues ya sería tarde para perder mi fe entre ellos. Te quiero demasiado para dejar de hacerlo por no comprenderte. Desde que era un renacuajo escuché en mi corazón más palabras tuyas que silencios. Y sobre mi pecho más calor que frío.
No hay vuelta atrás. No me han hecho mella tus misterios. Me entrego a ellos como quien abraza el enigma que encierra todo lo que es amor. Y siento tu beso grande hasta sabiendo que ves cuánto se sufre.

