The Bourne Legacy (USA, 2012). Director: Tony Gilroy. Guión: Tony Gilroy y Dan Gilroy. Fotiografía: Robert Elswit. Música: James Newton Howard. Intérpretes: Jeremy Renner, Rachel Weisz, Edward Norton, Joan Allen, Albert Finney, Oscar Isaac, Scott Glenn, Stacy Keach, Corey Stoll.
Aunque el personaje de Jason Bourne fue llevado al cine hace varias décadas, ha sido en los últimos diez años cuando Hollywood le ha sacado el mayor partido, convirtiéndolo en un filón que ya lleva cuatro entregas. Sin embargo, los que hayan leído la trilogía de Robert Ludlum (y las novelas posteriores de su amigo Eric Van Lustbader, tras la muerte de Ludlum), habrán comprobado que el original literario no tiene casi nada que ver con las adaptaciones cinematográficas; de las novelas han cogido el título, las características del personaje y poco más. En esta versión de El legado de Bourne han ido más lejos: han hecho desaparecer por completo al personaje que interpretó Matt Damon en las tres primeras películas, y lo han cambiado por otro agente especial (los productores compraron los derechos de la obra pero Damon rechazó encarnar de nuevo a Bourne).
De esta forma, los guionistas se han sacado de la manga una trama en la que el protagonista se ha esfumado y toma el relevo otro tipo perfectamente adiestrado, llamado Aaron Cross, quien tendrá que enfrentarse a la mismísima División de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Esta vez, los malos son los que tienen el poder y quieren limpiar las operaciones secretas de las más oscuras agencias gubernamentales (asesinatos encubiertos, matanza de civiles como daños colaterales, escaramuzas en países extranjeros, todo bajo la excusa del patriotismo y la seguridad del pueblo estadounidense). La llamada limpieza consiste en eliminar a todos aquellos que hayan estado involucrados en tales acciones, empezando por los agentes de campo.
Aaron Cross se convierte en el único superviviente de esta masacre selectiva, con la particularidad de ser un supersoldado al que han sometido a un experimento genético (es más fuerte, veloz e inteligente que cualquier otro agente). Lo mejor de El legado de Bourne es la forma en la que está construida la propia historia, a la manera de un puzle que no llegamos a entender en su conjunto hasta que las piezas no empiezan a encajar unas con otras, con oportunos saltos en el tiempo y rellenando hábil y progresivamente los huecos narrativos en los que están las respuestas que busca el espectador. En este sentido, la intriga engancha desde el principio y el interés no decae hasta el final.
Por el contrario, el filme adolece de algo que está en la mayor parte de títulos de acción; es algo que hemos padecido en innumerables ocasiones desde que el director Michael Bay (La roca, Armageddon, Dos policías rebeldes) implantó la moda de un montaje frenético en las cintas de acción, con un caleidoscopio de imágenes que a veces no permiten ver nada, sólo transmitir una sensación de caos y marear visualmente al espectador. Desde entonces, hay muchos cineastas que piensan que un ritmo trepidante consiste en que el cámara parezca sufrir de parkinson y que cada plano dure un segundo o menos. El bombardeo visual en secuencias de persecuciones o combates cuerpo a cuerpo resulta agotador, y es casi imposible disfrutar con una escena que sobrepasa la capacidad de percepción del ojo humano.
Por lo demás, y en su conjunto, la cuarta entrega de Bourne funciona muy bien como relato de espionaje, tiene la tensión necesaria y es sumamente entretenida, además de beneficiarse de una larga lista de caras conocidas en su reparto.