
Todo amor, si es de verdad, termina por decidir una aproximación hacia quien te lo hace sentir. Todo amor, si es auténtico, se hace irrefrenable, galopante, incuestionable, salta las barreras de los prejuicios más comunes como la diferencia de edad o distinta clase social, y se encamina con arrojo hacia el riesgo.
Ya sé que las cautelas y la prudencia deben ir de la mano de la firmeza. Es una difícil combinación de equilibrios entre el factor sorpresa y la seguridad. Es llevar las mejores cartas, pero mostrarlas en el momento oportuno; porque ahí nos jugamos nuestra felicidad y, aunque a la otra persona le pareciera increíble y arrogante, también nos jugamos la suya con nosotros.
La conquista del otro es paradójicamente su victoria. Y casi nunca es fácil. La inteligente medición de los tiempos puede ser decisiva. Lo contrario, llegar antes o después del segundo previsto como justo, suele dar al traste con un futuro que hubiera sido más que conveniente vivirlo entre dos y no cada cual con otras personas. Seducir es una tarea de alta precisión. Es como extraer de la caja fuerte de un banco la joya de la corona, sin fallar con la clave en ese peligroso momento en el que la policía se encamina ya a rodear el edificio. La destreza es fundamental. Y atinar, trascendente.
Yo preparo estos días tu asalto. He de planificar mucho sobre tus ojos y tus labios, la forma de hacerme con ellos, porque quiero llevármelos sin olvido alguno de su hondura y sin que por apresurarme, al escuchar la sirena del escalofrío, se me caiga un solo beso.
Hay quien me dice que escribir del amor es mi tema fuerte. No estoy de acuerdo. Es que es el punto débil de todos los mortales, incluso de aquellos que lo disimulan. Y yo no hago más que salir airoso de tocar suave sus llagas, porque empezando por mí sé lo que duelen, y conozco el escozor de cualquier roce sin tacto ni delicadeza.
Estoy tramando abrazarte, calculando entre los dos un breve espacio de aire que nos corte la respiración. Lo tengo todo pensado para que suceda no la razón, sino una locura, una larga locura de años hasta que la muerte nos separe; un inacabable rastro de felicidad que señale cómo pudo ser posible en el siglo de tantas infelicidades.
Lo tengo todo calculado precisamente para que nos salga una rara cuenta de pasión en una época de desapasionados.
¿Debo decírtelo? ¿Espero más?
Mira: hace muchos años, alguien no fue capaz de hacerme una llamada que deseó con ansias. De atreverse, pudo haber cambiado dos destinos, el suyo y el mío. Pero el miedo a no conseguirlo la llevó por rumbos que sólo su corazón sabrá en lo más profundo si fueron finalmente los que buscaba. Y se privó ella misma de sus propias posibilidades, pero también me dejó a mí sin las mías.
Cada vez que hacemos esto, seguramente no hemos amado lo suficiente. Temer no es amar. Hay que contarle al otro lo que se siente y hacer una apuesta valiente. Quererlo contiene la amarga posibilidad del rechazo, pero también darle el derecho a elegir, impedirle una ignorancia que podría derivar su vida hacia donde jamás encontrará lo que sólo nosotros seríamos capaces de darle.
Toda estrategia para gustarnos, para enamorarnos los unos a los otros, tiene un límite: y es esa línea sutil donde la vida, en cuestión de segundos, puede caer a un lado o a otro, marcados por dos diferencias tan graves como ser desgraciados o felices. Planeo un robo: persigo quedarme con tu corazón.

