
Si yo tuviera que enseñar periodismo, señalaría hoy a mis supuestos alumnos una muestra ejemplar del difícil arte de la titulación. Viene esta mañana en el diario El Mundo, con ocasión del fallecimiento a los 82 años del famoso e histórico astronauta Neil Armstrong. Mientras miles de periódicos de este planeta se hacen eco de la noticia encabezándola con que ha muerto el primer hombre que pisó la Luna, El Mundo recuerda a Armstrong como el hombre que pisó la Tierra, aclarando ese giro sorprendente, para mirar un acontecimiento como nadie ha sabido verlo, que de algún modo Armstrong sabía que lo difícil no era ir a la Luna, sino volver. Su grandeza fue pisar la Tierra. Y esa es justo la misma grandeza de la que carecemos los humanos cuantas veces tocamos el cielo.
Sin ir más lejos, por ejemplo la Iglesia, los curas. Han sido capaces de estudiar Teología, de escudriñar los textos de las Sagradas Escrituras, de hacer la disección de la Palabra de Dios, de interpretarla. Sin embargo, cuando llega el momento de las predicaciones, los curas vienen de arriba, pero no saben llegar abajo. Muy pocos, como Armstrong, regresan desde tamaña altitud al suelo diario que pisamos. No nos hablan de hoy, sino de ayer, de una forma de vida de hace milenios que en absoluto encaja con la nuestra, de unas frases que ubican en la cultura ajena de otros siglos sin ser emplazadas a la fecha actual del mundo. Ponen a Cristo con su mensaje en la montaña, en vez de llevarlo a dar su sermón en las oficinas, en nuestras casas, por la movida de las litronas, que circule por la espiral del sexo y la violencia, en la de las drogas, en el escándalo constante de la corrupción de la vida pública, en los tribunales donde se dictan las más reprobables injusticias. A los curas, con una ortodoxia inasequible para la mayoría de los que vamos a misa, con una doctrina sin aliento ni fuego para nuestras vidas, o una palabrería gélida como la de las encíclicas y las cartas pastorales, inútiles para movilizarnos el corazón, a los curas digo, se les escapa una y otra vez la gran oportunidad de las homilías, que son el gran momento de la publicidad de la Iglesia, los minutos más decisivos de su anuncio. No entiendo aún cómo ha desaparecido de la carrera eclesial la asignatura de la Retórica, porque no pocos domingos los templos están más llenos de bostezos que de asombros, con los curas allá en las nubes y nosotros aquí aburridos en los bancos.
Otro botón de muestra de nuestra inutilidad para los regresos, es el amor. Podemos saber realizar una larga y difícil tarea de conquista, trazar una delicada estrategia de acercamiento, soportando una infatigable paciencia de ilusiones. Y cuando por fin logramos las estrellas de los besos y rodeamos con nuestros brazos a quien tanto deseábamos, resulta que se desintegra todo eso cuando el fondo no es siempre forzosamente un firmamento mágico, cuando el romanticismo no sabe hacerse cargo de los defectos del otro, ni sabe pedir perdón. Nos gusta de la sinfonía sólo la obertura, pero toda obra humana de amor debería conocer la belleza guardada en los movimientos del nudo y el desenlace. Sin olvidar que la música más elevada y hermosa la hace posible el virtuosismo.
Y por último, para no extenderme en incontables ejemplos, poco necesita explicar el de la política: repleta de hombres cargados de promesas hechas a pie en los trayectos de ida hacia el poder, pero defraudadas desde los despachos y sillones aislados de nuestros problemas y necesidades. Campañas electorales ambiciosas de una justicia social, abandonada a las mismas puertas de nuestros ayuntamientos o palacios presidenciales en cuanto los políticos consiguen cruzar el dintel de sus poltronas. Ninguno recuerda entonces las manos que estrecharon, los ojos que les pidieron, las palabras que les encomendaron, las esperanzas que les confiaron. Ninguno recuerda la gravedad al verse flotando. Ninguno sabe entonces volver a las andadas. Eso que, después de ser el primer hombre que pisó la Luna, supo hacer alguien llamado Neil Armstrong. Ayer entró definitivamente en la Historia y creo que también puso sus pies en la Gloria.

