Si no fuera porque la naturaleza es capaz de obrar tales prodigios, de la construcción de su oido se hubiera tenido que encargar la NASA. Su nombre es sinónimo de prestigio y trabajar con él es como firmar un contrato de seguro a todo riesgo. Es un puntero de los ingenieros de sonido, un todoterreno musical de los estudios de grabación en España. Se llama José Torrano, pero ha llegado hasta el difícil status de ser Pepe merced al aprecio de los grandes artistas que le han tratado en tono personal y humano, seguramente donde mejor ha afinado en su vida. Hay gente que se gana ser Paco, Manolo o Pepe, como en este caso, y ha alcanzado la gran categoría del tuteo con el que deseamos tratar siempre a los mejores, a los que más apreciamos. Cuántas veces es llevar una medalla de reconocimiento y afecto aquellos que han logrado ser para los demás antoñito, fali o quino.
Cuando abordo una personalidad singular, la que fuera, no creo que mi cometido sea el que corresponde a un currículo. No soy la solapa de un libro, plagada de hitos profesionales sobre un triunfador. Lo mío es revelar rasgos que me ha brindado la cercanía con seres especiales, esbozar los trazos más característicos de sus hechuras sentimentales, poner el acento donde más acusan su auténtico signo.
Pepe Torrano ha hecho miles de cosas que, si les interesan, no tienen más que poner su nombre en Google para que aparezcan los archivos que las contienen. Y salta con inmediatez de Internet la hemeroteca de las entrevistas que ha concedido, el papel decisivo que jugó para que discos de Paco de Lucía y Camarón sean hoy legendarios.
Pero lo que no trasciende está aquí, en mis recuerdos de cantante que empezaba y vino a tenerle en la pecera de Alta Frecuencia, viéndole manejar ese amplio panel de mandos de los que te llegas a preguntar si es posible que sirvan todos y quién es capaz de elegir el que resulta útil en cada secuencia. Él era capaz. Lo mejor de Pepe Torrano lo guardan los estudios en los que se encargó del peliagudo trabajo de construir mis sueños y los de tantos, de hacerlos realidad, de no pasarme ni una cuando desafinaba, de indicarme la dirección exacta de una emoción, de descubrirme a mí mismo la diferencia entre lo que yo me parezco que soy y lo que realmente acabo siendo, ese salto arriesgado entre cantar sin temores y escucharme sin disimulo.
Pepe Torrano es un experto que se esfuerza con tu disco de novato lo mismo que lo hace cuando le toca el de Plácido Domingo. Su poderosa capacidad de atención se concentra en tu voz igual que en decenas de instrumentos simultáneos de las orquestas o bandas que se han sometido a su criterio. El acervo discográfico de la Semana Santa de Sevilla y de toda España o el patrimonio musical de las sevillanas deben su audiencia actual impecable a Pepe Torrano, que no fue asequible a la saturación ni en los tiempos en que llegaron a lanzarse doscientos discos por año, una auténtica proeza de la Sevilla boyante e ilusionada camino de la Expo.
He comprobado con asombro hasta dónde puede llegar la serenidad interminable de Torrano por mucho que se imponga repetir una toma, ajustar una sílaba o controlar una respiración. Es tan imperturbable que lo entendería perfectamente como la reencarnación de un general en primera línea de batalla. Y su reconocimiento público es tal que fue el recurso que imaginé infalible para acabar con un problema mío de años que yo sabía que, de resolverse, sólo podría solucionarlo gracias a él. Verán:
Entre mi colección de efectos de sonido para usar en mis montajes de video, había uno imposible de conseguir: las bambalinas de un palio en estado puro, el suave vaivén contra los varales extraído por completo de cualquier ambiente. Porque si grababa un paso en la calle, el público, los tambores o la música se sumaban a la acústica de las bambalinas que yo quería sola y aislada. Si se me ocurría el momento de una chicotá dentro de una iglesia, el día del racheo por ejemplo, igualmente obtenía un paquete de sonidos que me hacía cargar con el sobrepeso inútil del rumor de la gente, las órdenes del capataz y hasta las réplicas de la cuadrilla de costaleros.
Le conté mi caso a Pepe Torrano y su generosidad y afecto para conmigo acabaron de un plumazo con un vacío importante de mi archivo. Tenía lo que yo buscaba. Sólo me pidió a cambio cumplir la condición de que las bambalinas nunca llegaran a oírse tal como me las regalaba, en plan virginal -nunca mejor dicho-, y que acompañara su singular sonido al son de marchas, aplausos o lo que se me ocurriera.
¿En dónde se había hecho Pepe Torrano con esta posibilidad? Era nada menos que el palio de la Virgen de la Paz. Y el cariño y el respeto que, como entre tanta gente, se había ganado en aquella Hermandad, le habían brindado la oportunidad de grabarlo en silencio dentro de la Parroquia de San Sebastián. Yo sabía que un auténtico especialista como Torrano tendría capturado uno de los sonidos más hermosos de Sevilla.