
Tengo páginas enteras llenas de palabras. Palabras y más palabras, palabras sin cesar. Palabras de mi cosecha o refiriendo las de otros. Ya ves, Dios mío: tanto me he acostumbrado a que desde hace años me halaguen escribiendo, que casi me he creído que las mías son las únicas palabras que existen, las únicas que merecen la pena, las mejores razones posibles. El peligro de la vanidad siempre quiere correr más deprisa que lo que yo tardo en alcanzar la humildad. Agradezco la inmensa bondad y generosidad de la gente reaccionando a mis palabras, pero no saben que siempre estoy a punto de hundirme en ellas, que no me sostienen y que las mejores son las tuyas. Eternamente las tuyas.
Debería de escribir yo menos y más tú. Dejarte decir a ti, no enmendar la plana a Dios. No censurarte con tachaduras que, en realidad, me suprimen a mí. Entregarte cada mañana un folio en blanco y permitir que tú lo llenes de mensajes mejores que los míos, de penas más duras que las que yo siento, de alegrías más profundas a las que yo no llego.
Ven, Dios mío. Siéntate tú. Lo que yo hago no es para tanto. Escribo sin la verdad entera, porque jamás será cosa de humanos. Cojo de aquí un pedazo cercano de realidad, y de allí un trozo bien distante de cosas que sólo sé de oídas. No abarco más. No tiene más alcance un hombre.
Dime qué he de hacer cada día. Ya está bien de decírmelo yo solo, de yo me lo guiso y yo me lo como. Toma el papel, Dios mío. Te pido lo que me piden siempre a mí: escribe, escribe, escribe. Escribe porque yo no tengo bastante con mis letras, apenas me dan para unos pocos pensamientos decentes que los demás merezcan para pasarlos desde mi equipaje al de ellos. ¿Qué llevo yo sino el mismo peso o más que cualquiera? Contar la vida con alas es cosa tuya, no de quien va a pie como todos.
Que sepan perdonarme esta arrogancia que es publicar mis ocurrencias.
Seré mejor cuanto menos escriba yo y más te deje hacerlo a ti. Que el texto sea tuyo, Señor. Que yo no lo emborrone con cuatro ideas baratas. Que no suene a episodios jamás previstos en tu guión. Que yo no corrija tu argumento. Que no busque variar el final. Escribe, escribe, escribe. Escribe mi vida y que yo te deje hacerlo. Que no tuerza tus renglones o los borre para suplantarlos por los míos.
Y es que en el fondo de su corazón, lo más grande que puede albergar un ser humano es acabar formando parte de las obras completas de Dios.

