
El mundo está lleno de dudas sin decisiones y de interrogantes sin respuestas. Tú lo sabes, ¿verdad, Dios? ¿Te estás dando cuenta? El mundo se está inundando de asombros y desconciertos que nadie, a ciencia cierta, tiene facultades para interpretarlos por completo.
En medio, sin embargo, de miles de interminables tribulaciones, seguimos rezando. Supongo que tampoco se te está pasando por alto. A pesar de todo, aún tienes oraciones. Presumo que las escuchas, aunque a veces das la sensación de todo lo contrario.
¿Rezamos bien? ¿Todo depende de Ti como para dirigirnos incesantemente a pedirte por todo, al milímetro de la vida, desde lo más trascendente a lo más cotidiano?
He llegado a pensar que, al crearnos, no pudiste ceder en más cuantía gran parte de tu omnipotencia. Perdiste el control. Desde el ser humano se haría tu voluntad así en la tierra como en el cielo sólo si nosotros fuésemos capaces de respetarla. Y ahí te perdiste. Ahí te perdiste de Dios. Ahí es donde justo, de tanto mirarnos a nosotros mismos, empezamos a dejar de verte. Esto se te fue de las manos por tanto querer contar con las nuestras. No hubo para nosotros en la Historia mayor atribución de la libertad. Nadie se atrevió a darnos tanta. Pero la hemos escrito de tal modo que nos hemos pasado los tiempos haciéndote a ti las preguntas que hubiéramos merecido hacernos nosotros mismos. De otra forma, hubiéramos tenido en cada momento las respuestas sobre la sangre de los inocentes, las causas de las guerras, el temblor de tantos niños, el desvanecimiento de muchos moribundos, la razón de las carreras armamentísticas, el germen de los abortos, el origen de los crímenes, el principio de tantas atrocidades, la raíz de los odios
¡Hay que ver la de preguntas que hemos trasladado a Dios, que pudiéramos habernos contestado los propios hombres! ¡Qué forma de escurrir el bulto!
Alguien dijo que no deberíamos pedir a Dios los milagros que podemos hacer nosotros; y que Él terminaría sólo aquellos que hemos sido capaces de empezar.
Mientras tanto, sigue este caos de incertidumbres y almas turbadas, de angustiosas cuestiones sin resolverse, sólo porque el mundo continúa sin sentirse culpable y pierde la fe creyendo que Dios tiene, como en los móviles, nuestras llamadas perdidas.

