En 2013 se cumplirán cuarenta años de la muerte de Bruce Lee, y durante todo este tiempo, su figura ha sido recordada y venerada incluso por las nuevas generaciones. Su página oficial en Facebook tiene más de tres millones de seguidores, y su imagen es uno de los iconos imprescindibles del siglo XX, tan reconocible como Marilyn, Elvis o Einstein.
Nunca olvidaré la primera vez que vi una película de Bruce Lee, El furor del Dragón, en un cine de verano. Yo era un pequeñajo que ya había visto varias películas de chinos que daban patadas y saltos increíbles; creí que iba a ver más de lo mismo. No esperaba encontrarme con el carisma y la fotogenia de uno de los mayores animales cinematográficos que ha dado la Historia del Cine; por primera vez en mi vida, sentí lo que significa la expresión traspasar la pantalla; es cuando la cara de un actor o actriz se te graba en el cerebro, cuando parece que incluso se mete dentro de ti, y sales del cine como si estuvieras poseído por él; en mi caso volví a casa lanzando golpes estilo Kung Fu a todas partes (y recibiendo alguno por parte de mis amigos de pandilla).
Ya sabemos que sus películas no resisten un análisis crítico (guiones simples y maniqueísmo de tebeo), pero siempre he disfrutado con las películas de Lee. La coreografía de sus combates y la ejecución perfecta de cada uno de sus movimientos, es algo que ningún artista marcial ha superado en estos cuarenta años. Ver una película de Lee es una experiencia que está por encima del argumento, la fotografía o cualquier otro aspecto formal. Es dejarse llevar por una mirada impactante, una personalidad arrolladora y hasta cierta belleza en el arte de acosar al combatiente como si estuviera bailando a su alrededor (fue campeón de cha-cha-chá en Hong Kong).
Además de eso, Bruce Lee consiguió lo impensable a principios de los 70: que un chino fuera el protagonista de una cinta hollywoodiense. En Estados Unidos, los papeles relevantes de tipo asiático eran siempre interpretados por un occidental; el detective Charlie Chan fue interpretado por un actor sueco en los años 30, y hasta por el británico Peter Ustinov en una cinta de los 80. El propio Bruce Lee salió de un cine indignado cuando vio a Mickey Rooney haciendo de chino en Desayuno con diamantes, y el colmo de todo es ver a Marlon Brando interpretando a un japonés en La casa de té de la luna de agosto. Sencillamente, Hollywood no quería actores orientales; de hecho, Lee fue rechazado para el papel de la serie televisiva Kung Fu, debido a que era demasiado bajo y demasiado chino; al final se lo dieron a David Carradine, que ni era asiático ni tenía la más mínima idea de artes marciales.
Bruce Lee peleó durante años para conseguir un sueño imposible: colocar su nombre, con letras grandes, en una producción de Hollywood. Y lo consiguió. Pero no llegó a verlo. Cuando le daba los últimos retoques a Operación Dragón (1973), falleció repentinamente. Seis días después, el 26 de julio, se estrenó la cinta en Hong Kong, y al mes siguiente en Estados Unidos. Para entonces ya había nacido la leyenda, y en Hollywood nadie ha olvidado su legado, influyendo en cineastas como los hermanos Wachowski en Matrix o Tarantino en Kill Bill.
Preparémonos para el mes de julio de este año; ríos de tinta (china) volverán a correr por todos los medios para contar de nuevo la vida y obra de uno de los personajes más fascinantes de nuestra era.