El mundo ha tocado fondo. Hasta el más tonto, que soy yo, se estaba dando cuenta hace mucho, se veía venir. Sobre todo porque habiendo expulsado a Dios de tantas cosas de la vida, de tanto decirle aquí no toques, de esto no hables, métete en tus asuntos, o nadie te dio velas en este entierro, tenía que acabar pasando todo esto: una auténtica ruina global, económica y moral, que se extiende de parte a parte de la tierra. El puzzle humano jamás saldrá completo mientras le falte la pieza de Dios.
Y tú te has ido. La silla vacante está más vacante que nunca. Te has despedido: Hoy dejo de hablarles a ustedes de Dios, para hablarle a Dios de ustedes.
No se puede ser más elegante para darnos por imposible. Te has largado, con desesperación y muchas decepciones, a orar en busca de la orilla del milagro. Has comprobado con creces que rezar es lo que te queda. Y renuncias. Las auténticas razones te las llevas tú. Yo no digo con esto que hayas ocultado la verdad. Digo que te faltarían las fuerzas, pero porque entre todos te hemos agotado.
¿Quién vendrá ahora? He leído en una viñeta sabia, de inteligente humor, que de donde tiene que ser el próximo Papa no es ni de Italia, latino o norteamericano. De donde tiene que ser es del siglo XXI.
Pero voy a más: el próximo Papa ha de llegar con urgencia desde la letra vigorosa, innegociable y veraz del Evangelio. ¿Se moriría pronto por esto entre rumores de envenenamiento?
Si hace falta, que se rasgue otra vez el velo del templo. Si hace falta -¡qué falta hace!- que se estrene entera la Palabra de Dios. Porque el Evangelio está como el cerebro humano: sólo ha llegado a usar hasta ahora un porcentaje mínimo de su totalidad. Está por explorar gran parte de su mapa en una expedición del alma valiente y sincera.
Es ahora o nunca. No hay que patear más a Dios hasta echarlo completamente de la existencia. Más bien hay que erradicar todo aquello que le pone las zancadillas, que busca su tropezón y una caída más de su interminable Vía Crucis.
¿Quién vendrá ahora? ¿Quién sería capaz de hacerlo con sandalias, sin caros zapatos rojos, sin tronos dorados, rompiendo moldes, copiando de Calcuta? ¿Quién sería capaz de fulminar los escándalos de la pederastia, o desalojar de sus comodidades a la Curia que ha olvidado que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza? ¿Quién irrumpiría en la Casa del Padre, lugar de oración, y echaría a los mercaderes? ¿Quién se atreverá a deshacer entuertos de siglos, manipulaciones con el texto sagrado, que donde se dijo digo se ha dicho Diego, y donde deudas, se cambia por ofensas?
¿Quién se atrevería a llenar las iglesias, a sacarlas del aburrimiento y del bostezo, a que dejen de ser lugares en los que cumplir, en vez de cenáculos para ser felices? ¿Quién va a derogar las cansinas homilías, las cartas pastorales de palabras lejanas e incomprensibles que no tocan el suelo de la gente? ¿Quién prohibiría que nos metan el miedo en el cuerpo, quién va a levantarnos la cara con el ansia de recibir el beso de la Luz, en vez de inclinar las cabezas para afrontar penitencias?
El mundo es una vieja repetición de anhelos que no alcanza; pero parece no soportar ya más asumirse en un círculo vicioso del que no logra escapar hacia sus más legítimas esperanzas. Da la sensación de que tú te has ido para darle paso a quien nos ayude a conseguirlas. Pero verdaderamente va a ser muy difícil repartir una herencia a base bienaventuranzas, y un mensaje radical en un mundo de ambigüedades y lenguajes con truco. Descargaremos nuestras propias culpas sobre las espaldas de los obispos, los curas y las monjas. Las necesidades, el paro, el hambre o la pobreza hallarán para nosotros parte de sus raíces en los tesoros vaticanos. Y volverá a ser complicado entender el mandamiento nuevo que ya se cae a pedazos de anciano y de manido: amarnos los unos a los otros. Peor va a ser entender lo de poner la otra mejilla. Y seguramente imposible, lo de querer a nuestros enemigos.
Después de tu despedida, cualquiera diría que te has ido a pedir cuanto antes que, otra vez en la Historia, nos perdonen porque no sabemos lo que hacemos.