Las miradas de todos se están dirigiendo, cada vez más, hacia el Poder Judicial. Las orejas están levantadas. Hay una intuición general de desconfianza, de inseguridad jurídica. Se advierte hasta por el más leguleyo una sensación de que las sentencias de los jueces no cuadran con el sentimiento común de lo justo en más casos de los deseables y, sobre todo, en muchos que son graves y hasta gravísimos. ¿Para qué señalarlos, si están en la mente de todos, como el caso Marta del Castillo? La distancia entre justicia material y justicia real se agranda. Los jueces empiezan a estar, más que nunca, entre ceja y ceja de la democracia, en la tela de juicio de los debates sociales, en el ojo del huracán. Realmente no son un caso aislado de observación popular. Todo lo institucional está ya bajo una lupa, cuando no analizado con microscopio. Que se lo digan si no al ex presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, aquel de los placeres marbellíes con dinero público, que tuvo que dimitir. Que se lo digan al Rey, de quien tenemos una memoria de elefantes. Que se lo digan a su hija y a su yerno. Y a Bárcenas, Griñán o la compañía completa de los ERE, con más gente que una obra del María Guerrero.
Un hombre ha sido capaz de decir en voz alta que la Justicia está en peligro. Y decir que la Justicia está en peligro, es lo mismo que afirmar que en peligro estamos todos, nosotros los ciudadanos. Ha dicho además que una Justicia lenta, no es justa. ¿Quién ha sido? Pues un nuevo atrevido en estos tiempos de atrevimientos diarios: Nicolás Jesús Salas, periodista indomable de raza pura, amante sin ombliguismo de la ombliguista ciudad de Sevilla y director que fue del ABC en los tiempos en los que el ABC fue más sevillano que nunca (el ABC del recuadro de Burgos, el ABC de Fernando Gelán, de Manuel Ferrand, de Antonio de la Torre, de Gloria Gamito, de Manuel Ramírez, de Martín Cartaya ).
Pero también se ha atrevido a declarar la madre de Marta del Castillo que la Justicia está muerta. Y eso equivale a una sociedad que, de antemano, tiene enterradas sus posibilidades más legítimas del derecho a la defensión, no digamos con la ley de tasas del desquiciado Partido Popular.
Pero igualmente ha habido otro caso de atrevimiento en Manuel Martín Ferrand, que demanda lo que el ministro ya se ve que no será capaz de llevar a cabo: una reforma profunda de la Justicia. Ruiz Gallardón se pasa la vida dando capotazos como miembro de un gobierno que carece del valor de arrimarse a la independencia y a las libertades conquistadas, después de muchos años y esfuerzos, por la democracia. El Partido Popular no tiene, ante los graves problemas de la nación, la más mínima idea de dar un pase de pecho en condiciones, y con este de la Justicia, presentimos que va a devolver otro toro al corral. No se podría esperar ya otra cosa de un grupo político sin credibilidad desde el mismo momento en que logró el poder a costa de una estafa electoral.
Me apunto a este tiempo de atrevidos, a integrarme en listas negras peligrosas de la dictadura del PP, las que se van hinchando diariamente de nombres tan anónimos como decentes que reivindican la decencia de España. Son los nombres de los que claman desde las redes sociales, en facebook o en twiter; los nombres de los que envían mails de escándalos incesantes; los que te remiten a las palabras indignadas de Antonio Gala o Gabilondo, o te reenvían a las de Antonio del Castillo y Eva Casanueva. Es la España del abogado Moeckel llevándose el gato al agua de las audiencias televisivas, proclamando que el pueblo unido jamás será vencido; la misma España de los vómitos de Pérez Reverte.
Ahora se hace también famoso un camionero que en You tube arremete contra la opresión estatal. Hasta un sencillo hombre sin apenas estudios, harto de hacerse kilómetros para ganarse la vida, se ha dado cuenta de que un país que disfraza de democracia una dictadura, encierra bajo sus piedras un seísmo latente de inseguridades legales, una tierra que puede abrirse en brecha bajo nuestros pies cuando menos lo esperemos. A ver si la masa anodina y cobarde termina salvada por los atrevidos. No sería ninguna novedad en la historia de la liberación de los pueblos.