
Ha entrado en el templo desmantelando las mesas de los cambistas, desparramando por el suelo las mercancías, y azotando con un vuelo de palomas presas los sacrificios hipócritas de los sepulcros blanqueados. Es un antisistema que proclama la ternura y el amor de Dios en el Vaticano, justo desde donde otros y una Curia repugnante nos enviaban misivas de miedo y genema.
Lleva el nombre cercano y común de amigos de toda la vida, de quien pudiera quedar con nosotros para tomar café. No ha querido más añadidos que un escueto Francisco que nos sepa a cercanía. Ni siquiera le ha sumado un orden de veces que haga historia.
¿Han leído la entrevista que concede a los Jesuítas? No tiene desperdicio. ¿Han tenido conocimiento de las cosas que dice a los periodistas en el tiempo en que dura un vuelo desde Brasil a Roma? Regala palabras de amor que hasta ahora no habían llegado tan lejos.
Parece como si refundara la Iglesia. La está llevando otra vez hasta las orillas del mar en Galilea, hasta donde se puso la primera piedra, hasta donde sólo se enseñó a ser pescadores de hombres, sin herir ni desagarrar las bocas con un anzuelo, hasta donde el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza, y hasta donde se edificó con un mandamiento nuevo, no con viejos vicios.
La está llevando hasta donde nos hablaron de un gozo en el alma, de ríos de agua viva que salten hasta la vida eterna, no de zozobras y angustias con listas de absurdos pecados graves por no ir a Misa los domingos o sentir la líbido por los techos (Dios nos ama hasta abrasándonos). La está llevando hasta un tiempo de sandalias, descalzándola de coquetos y estúpidos zapatos rojos de diseño.
Es tan libre escapando de clichés, que se me estará escurriendo hasta de mis definiciones. Él es más grande, infinitamente más grande, que lo que yo opine, que lo que opinemos todos. Estaremos de acuerdo entre unos y otros cuando empecemos por el mismo sitio que ha empezado él: hablando de pobres y sabiéndonos pecadores. No quiere más ropajes que los que viste con las hechuras del Evangelio sin manipulaciones. Lo está haciendo tan fácil como ceñirse a las enseñanzas del Maestro. Ha cambiado hasta un sillón por otro, para escribir con su sencillo asiento sin incrustaciones ridículas la metáfora de que va a cambiar las estructuras.
¿Hasta dónde va a llegar? Los inamovibles de siempre miran para otro lado cuando ven que se les cuela por las ventanas el viento del amor de Dios sin exclusiones, con todos los brazos abiertos, como en el hijo pródigo, no con la escayola de sus imágenes enclaustradas. Están desconcertados cuando se les fastidia el invento de los miedos y los controles, cuando comprueban que con Francisco los corazones se relajan y dejan de sentirse en un puño. Pero el Papa avanza más allá de la Plaza de San Pedro y las fotos espontáneas con minusválidos en sillas de ruedas. Ni el Opus -al que jamás hallé por la palabra de Jesús instaurando prelaturas-, ni los Catecúmenos, ni Rouco, ni la Conferencia Episcopal esa llena de caras avinagradas No hay quien lo pare en su regreso a los orígenes de la Iglesia que fundó Cristo, lejos de esta degeneración de siglos que ha llegado hasta los casos de pederastia.
No se supo de qué murió realmente Albino Luciani, Juan Pablo I; pero desde luego la creencia por todo el mundo de que fue asesinado va a convenirnos mucho con Francisco para que a él no le ocurra. Porque si ocurre

