
Hoy me conformo con un puñado de palabras, yo que estoy acostumbrado a que me atiendan tantas, a que acudan en cuanto las llamo. Pero sé que ella las hace huidizas, esquivas y hasta imposibles. Ella es mi fracaso escribiendo y mi triunfo mirándola.
Venía yo de un largo trasiego de calles encendidas, recién estrenando Sevilla un eterno sueño inmemorial llamado Navidad. Venía yo con el alma llena de luces colgadas de mis empeños y mis ilusiones. Traía el corazón como un destello blanco en las alturas. Pero fue aquí abajo, a ras de mis cosas y mis prisas, mis urgencias y pasos agitados, donde mis ojos encontraron los suyos: un fuerte brillo azul inesperado, una sorpresa de reflejos nuevos cuando creía que había rastreado la ciudad entera de guirnaldas. Estaba claro que no me las sabía todas, que faltaba ella. Ella
Ella me invade sin avasallar, me observa sin condenarme, me escucha sin contrariarse y me gana sin vencerme.
Debe tener grabada su historia a fuego lento, pero sin marcas ni señales de rendición. Sabe que los senderos en busca del aire y su perfume no se acaban nunca. Parece estar hecha de largas caminatas y sus horizontes. Me sabe a incansable en un mundo imperturbable y atroz de cansados. Y tiene aroma de victoria entre tantos derrotados.
Describirla más sería como ofenderla, reducirla en lugar de hacerla más grande ¡Es muy grande! Describirla más sería la misma osadía estúpida que contar el océano, ese sin límites que lleva en el aguamarina de sus ojos.

