Le humillaron y le torturaron durante 27 años en varias cárceles de Sudáfrica, en celdas minúsculas de las que sólo salía para picar piedra en trabajos forzados, en condiciones infrahumanas que le hicieron enfermar de tuberculosis. Es imposible imaginar ese infierno del día a día durante casi tres décadas. Y cuando es liberado y elegido presidente de Sudáfrica, la reacción lógica habría sido decir: Ahora os vais a enterar, blanquitos. Es lo que pensaban sus acólitos, que no entendían cómo Mandela saludaba, sonreía y estrechaba las manos a los mismos que le habían tratado como a un perro. Sin embargo, tras abandonar el penal, el preso número 466/64 de Robben Island lanzaba un mensaje de paz y reconciliación, hablaba de perdón y entendimiento. Los que habían sufrido el apartheid durante toda su vida no podían comprender que llegaba el momento de perdonar a los enemigos y olvidar tantas vejaciones; no es fácil hacer borrón y cuenta nueva cuando te han machacado durante tanto tiempo e incluso han acabado con la vida de algún familiar.
Mandela vino a demostrar que el valor y el coraje del ser humano están en el camino del perdón, mientras que el camino más fácil el de nuestros instintos primarios- se encuentra en la venganza, el odio y el rencor. Hay que ser un valiente para vencer esos instintos y coger la senda más difícil, se necesita una gran fortaleza para olvidar todas las afrentas, por muy graves que hayan sido, y reconciliarte con el que quería destruirte.
La película Invictus, de Clint Eastwood, está basada en el magnífico libro El factor humano, escrito por el periodista John Carlin, amigo personal de Mandela y a quien entrevistó en varias ocasiones. En el filme, uno de los lugartenientes del nuevo presidente le pide explicaciones sobre la palabra reconciliación, le dice a su líder que hace poco esos hombres intentaban matar a los nuestros, y cuando Mandela le responde Si, lo sé, el perdón también empieza aquí, la cara de su seguidor es un poema, no le entra en la cabeza lo de perdonar al enemigo. Y es entonces cuando el hombre que debería sentir el más profundo de los odios, interpretado por Morgan Freeman, suelta una frase que debería estar bien presente en la mente de todos: El perdón libera el alma, disipa el temor; precisamente por eso es un arma tan poderosa.
El legado de Mandela es una lección aprendida a lo largo de la historia, aunque muchos aún no la han captado: el odio, el rencor, la venganza y el afán de destruir al que te hace daño jamás han conducido a nada bueno en la historia de la humanidad. Si el líder sudafricano se hubiera movido por los sentimientos de quienes le rodeaban, miles de personas habrían muerto en una sangrienta guerra civil. Mandela no sólo evitó ese enfrentamiento, sino que logró algo impensable en Sudáfrica: que negros y blancos se abrazaran unos a otros. Ya es hora de que aprendamos una lección tan obvia.