
Vuelvo a escribir de Raphael. Alguien, en otras ocasiones, ya me ha dicho:
-¿Otra vez Raphael?
Sí, otra vez Raphael. Se lo digo a quien se atreve a quejarse y a quien se limite a pensarlo. Y al propio Raphael he llegado a explicárselo:
-Hay gente que se cree que lo que yo tengo contigo es devoción. Se equivocan. Yo no tengo una venda en los ojos. Hay cosas que no me han gustado y que no me gustan de Raphael. Pero lo que yo tengo contigo no es ceguera: es justicia y, por supuesto, una gran admiración.
Otra vez escribo de Raphael, sí; porque se trata de una ocasión excepcional. Y es que en Rusia cumple su primer aniversario el sitio web, la edición digital de VIVA RAPHAEL. Enhorabuena. Y mis queridas moscovitas Natalia Arutyunova y Alicia Kuchan me han honrado invitándome a dejar unas palabras que, desde luego, merece el acontecimiento.
Nadie podría calcularse, sin experimentarlo como yo, la cantidad de correos o mensajes en Sevilla Press, Twitter o Facebook, que recibo en cuanto escribo sobre el cantante internacional. Disfruto el reflejo del calor y la pleitesía que rinden a Raphael. Si ahora mismo pudiera hacer las maletas y marcharme de viaje por medio mundo y parte del otro, podría visitar las ciudades acompañado de amables anfitriones que se brindan constantemente a serlo. Son los generosos admiradores de Raphael. Ya no estaría solo ni sentiría extraños y nuevos a países como México, Perú, Argentina, Colombia, Chile, Venezuela, Canadá Y podría recorrer Moscú mientras me la enseñaban sus maravillosas gentes raphaelistas.
Si yo tuviera que envidiar algo de Raphael, creo que no sería su voz, sino su público. Si yo como cantante, como artista, al comienzo de mi carrera y en los planes del éxito, tuviera que soñar con algo, soñaría con tener el público de Raphael.
Si yo tuviera que jurar por algo importante ante la marquesina de un teatro inalcanzable y mítico, si yo tuviera que proponerme la meta más difícil y hacerme con el cenit del triunfo, lo que yo querría lograr es tener el público de Raphael.
¡Ay, amigo! Te lo digo en este aparte de mis líneas: a estas alturas -que no harturas- de tu carrera de más de cincuenta años, de casi cincuenta y cinco, yo ya tengo clara una cosa: o llegado el momento sabes retirarte tú solito o ellos no te dejan. Lo tuyo, Raphael, no es ser un cantante, es ser un familiar. Te quieren, te adoran, te echan de menos. He llegado a escuchar a algunas de tus fans españolas, preocupadas por tus vuelos y tus largas estancias por tierras lejanas, cuando por fin regresabas a Madrid tras tus giras en el extranjero:
-Menos mal, ya está otra vez en casa.
Increíble, pero cierto; como si fueran Natalia o algunos de tus hijos, como si fueran a cenar contigo por la noche y esperaran a escuchar tus impresiones acerca del último viaje. Pero les basta saber que estás en tu hogar, a buen recaudo entre los tuyos y próximo, lo más próximo posible, en España.
Una de esas salidas se produjo en 1971 y provocó el flechazo entre un público y Raphael, el maravilloso público de Rusia.
La trama y los precedentes de ese encuentro con una nación, la URSS, la Unión Soviética, entonces sin relaciones diplomáticas con la España de Franco, están muy bien contados en la primera parte de sus memorias (Y mañana, ¿qué?) y yo no tengo que enmendarle la plana. Y también están muy detalladas las causas de un amplio paréntesis de ausencia en la Rusia de la Perestroika, analizadas por Natalia Arutyunova en la Cadena de San Petersburgo, de cuya traducción y redacción se encargaron Alicia Kuchan y Miguel Reyes, respectivamente.
Rusia, como dice mi gran amiga Edith en México, es una de las grandes diferencias de Raphael con el resto de los cantantes. Y si hubo un embajador auténtico de España cuando no teníamos embajadores, ese fue Raphael. Y si miles de rusos empezaron a recibir clases de castellano, fue porque quisieron entender las películas y las canciones de Raphael. Su voz en el Kremlin fue una especie de aire potente, novedoso y transgresor, un avance de reformas, una ventana al mundo libre que quedaba fuera de la URSS. No pueden imaginarse los lectores las cosas que los moscovitas me cuentan de primera mano y como testigos presenciales de lo que ha sido y es Raphael en Rusia, la auténtica veneración con la que atraviesa a pie sus calles, las colas de kilómetros para adquirir las entradas de los conciertos
Ese duradero idilio de admiración entre Rusia y Raphael acabó dando lugar al diario digital VIVA RAPHAEL, como si fuera el resultado de la necesidad de escribirle Rusia, se encuentre Raphael donde se encuentre, sus diarias cartas de amor.

