
Todos los días mantengo un combate conmigo mismo. Porque soy mi mejor aliado, pero también mi mayor enemigo.
Y tengo conciencia de que no siempre está en nuestras manos conseguir todo lo que nos proponemos, y de que la vida se encarga de recortar una buena porción de sueños. Lo sé. Pero tampoco ignoro que muchos de ellos se nos escapan sólo por nuestra propia culpa. Muchas de nuestras ilusiones no se cumplen porque somos incapaces de la constancia necesaria para lograrlas, porque no nos entregamos a ellas con la suficiente energía y el mayor coraje del mundo. Porque ignoramos que una persona tenaz suele valer mucho más que una inteligente que carezca de empeño y disciplina.
Una de las mejores cosas que pudieron enseñarme hace ya muchos años es que el hombre es lo que es su voluntad.
Miles de conspiraciones en contra de uno no son suficientes para desmoralizarme en ningún empeño; pero basta una sola de mis flaquezas para arruinarlo todo bajando la guardia.
Nos rodean los que opinan desde sus circunstancias creyendo que son idénticas a las nuestras. Nos tienden emboscadas de temores quienes jamás tuvieron un mínimo de valor para nada. Se otorgan la autoridad sobre nuestras decisiones los que después no saben tomar las suyas más trascendentes. Pero, con todo, el mayor peligro está en que mantenemos un pulso diario con nosotros mismos, con fantasmas propios que quieren asustarnos, con voces interiores que buscan arruinarnos mucho antes de que dé tiempo a que lo hagan las voces de los demás. Somos nuestros peores agoreros, los pesimistas más próximos, los que nos caemos sin que nadie nos haya dado ni un leve empujón, los derrotados sin que nos venzan. Y todo porque no hemos creído lo suficiente en nuestras metas y no les hemos puesto las fuerzas indispensables y la tozudez de una fe que nos haga inquebrantables.
La vida está llena de más expertos en desanimarnos que en estimularnos. Y por eso el camino hay que hacerlo mirando al frente, sin que nos desvíen de nuestra dirección los que no han sido capaces de seguir la suya, pero sin embargo envidian nuestra osadía para continuar fijos por la nuestra.
Vivir es combatir, siempre combatir, hasta el último día combatir. Y saber constantemente que quien puede venir en contra de nuestros intereses y, por tanto, de nuestra felicidad, podemos ser, más que los demás, precisamente nosotros.

