
Rara vez sabemos ya permanecer en silencio. Hablamos, hablamos y hablamos. Sin tregua hablamos. Incluso en monólogos, sin capacidad para el diálogo. Ya no hablamos ni para conversar, sino para que nos escuchen.
Yo mismo desearía dejar de escribir tantas palabras. Ha habido ocasiones en las que hubiera querido nacer sin ellas a cambio de más miradas. Y de silencio entre las mías y las de quien estaba enfrente. Pero se ve que estar callado no es mi sustancia más natural ni la que se espera de mí, porque cuando lo hago me preguntan lo mismo que a un niño que se queda quieto:
-¿Te pasa algo?
Desde muy joven me han halagado tanto por mis palabras que parezco haberme quedado sin derecho al silencio. Y sin embargo yo sé que esa es muchas veces la forma más hermosa de nuestros labios. Y que no hay nada más elocuente que el silencio.
No quiero que me sientan desagradecido ante tantas veces como se han acercado a mí gracias a lo que yo escribía, brindándome una auténtica avalancha de amistad incluso desde lugares lejanos donde yo no he puesto ni los pies y hasta dudo que consiga ponerlos. Estoy seguro de que ese afecto jamás hubiera llegado con mi silencio. Pero lo guardo en estos días precisamente para comunicarme. Lo callo todo para decirlo todo. Dejo que se escuche justo en un vacío de palabras mi eco más profundo, lo más hondo que tengo y doy.
El silencio suele ser más generoso que la palabra, más costoso, más difícil, más cuesta arriba, más sólido, más sincero y hasta más inolvidable. El silencio es, como la poesía, un arma cargada de futuro y, en mi caso, el disparo de un beso sin derramar sangre.
Si quieren probar a un hombre, no lo midan por sus palabras tanto como por sus silencios. Si persiguen saber hasta dónde alcanza su carácter y su fortaleza, incluso su amor, no lo esperen en verborreas incesantes ni en grandes declaraciones de principios. Hay que oírlo en el mudo mensaje del silencio.
La historia del mundo está llena de muchos silencios que han dejado más huella que tantos de sus ruidos. El mismo Cristo legó uno de los más ejemplares ante Herodes y su desprecio. Y yo ahora, en mi pequeña travesía de humano corriente, intento aprender de los que hablan lo justo, mientras dejo el mío para llenar callado un espacio en el que también alguien me entienda sin palabras.

