
Es la fotógrafa que ha hecho de la agilidad un arte. Auténtica especialista en fugacidades, una experta en detener ritmos veloces para llevarlos hasta la contemplación más reflexiva. El movimiento es su reto, siempre superado con el alcance de la serenidad donde menos cabría esperarla. Parece que fotografiara con brisa de claustro conventual, la que respeta silencios, acaricia plantas y suspira en los helechos.
A Rocío Cuéllar le encanta la vida y encanta a la vida. Y esa reciprocidad da en imágenes cuya característica es la compenetración entre su punto de mira y lo observado. Se llevan bien ella y la vida.
Llegó a la fotografía por pura intuición, se descubrió a sí misma en la necesidad más natural de atrapar la belleza del instante. Cuando vino a darse cuenta, su inspiración estaba siendo admirada por internautas de todas partes y, desde luego, revolucionó su propia cuenta en facebook, desde la que había empezado a asomarse y a mostrar su capacidad para ser original.
Ha sido y es el gran fondo de imágenes del escritor y poeta sevillano Fernando Morales, en un punto de encuentro tal que no se sabría con exactitud quién describe a quien, cuando la relación llega a ser tan estrecha que ambos se explican mutuamente en la fotografía y en la literatura, a través de la experiencia de haber realizado muchas veces la trayectoria de dos líneas artísticas paralelas en pos del mismo destino y la misma luz. Enfocan desde dos ángulos las emociones que comparten.
De los fotógrafos es conveniente decir poco, porque otra cosa denota que suplimos con palabras lo que pudiera faltarle a ellos. Rocío Cuéllar es un mensaje abundante de sensaciones y quietud, de remansos necesarios para el espíritu, de zonas de paz, tan convenientes para tiempos de tanta agitación.

