Yo le dije:
-Tengo veintitrés años más que tú, pero no soy veintitrés años mayor que tú.
Ella contestó tranquila, como quien hubiera presentido desde siempre un diálogo natural entre sí misma y su corazón:
-La edad no me importa, en ti la edad es relativa, como el espacio.
Cuando salieron mis primeras canciones, mi primer disco, ella sólo tenía doce años. Así que no estuvo al tanto de mis sueños por más que formara parte de ellos, no escuchó mis letras ni mis músicas, no supo de mis poemas, los que, andando el tiempo, irían a crecer en los versos azules de sus ojos. Pero entonces ella era una niña que supongo estaría haciendo sus deberes mientras un hombre hacía sus apuestas.
Ahora cruzo un puente temprano y ella asoma para mí tras las torres de Sevilla, me acompaña por la primera raya blanca del cielo o desde madrugadoras corrientes por las que la lleva el agua con los primeros reflejos del amanecer. Su nombre es un destello que dibuja el primer horizonte del día, donde me escribe que el amor es la cordura de dos locos como nosotros.
Me encargo de mostrarle lo que ella no sabe ver de sí misma. Y jamás dará por mi diccionario con la palabra reproche. Siempre tiene preparado el calor que le gusta de mi voz. Siempre la dejo ser y siempre la dejo estar, en libertad.
Sé que hay muchas cosas que no ha tenido y que ha necesitado. Sé que ha vivido desestructurada y rota. Piensa que el salvaje siempre necesitará volver a su selva para gritar, llorar, descansar del mundo. Y sigue a Woody Allen en que las cosas no se dicen, se hacen; porque al hacerlas se dicen solas. Decir es la hoja de ruta y esa se puede rediseñar infinitas veces. Pero también le quiero enseñar que hablarle también es hacer.
Me nombra como su desconcierto. Se pregunta cómo puedo saber de ella más que ella misma. Y siente que le hago correr por las venas quinina en vez de sangre y que le hago el amor sin rozarla.
Dice ella que las oportunidades pueden marcarte toda una vida, sobre todo cuando las dejas pasar. Puede que seamos el éxito pasajero de una canción de temporada. O puede que la melodía eterna, pertinaz e imborrable de ese clásico del hambre y la inanición. Puede que sea un bolero pegadizo e inolvidable, para bailar siempre juntos, y que se llame Alba, corazón y vida.