Lo mismo que siento que Manuel Marvizón es un compositor de vísperas de la Semana Santa, Manuel Navarro Siles es un pintor de despedidas, un experto en melancolías, en recuerdos de estos días que ya se nos fueron, los que entraron en la historia, la de una Semana Santa con todas en la calle, con lo raro que es eso.
De Manuel a Manuel la Semana Santa cabe justo desde el tiempo de espera que como nadie hace sonar Marvizón -que parece usar brisas en vez de notas-, a este de la nostalgia que halla los tonos de su añoranza en la paleta de Navarro Siles.
Navarro pinta con trazos de sudario al que aún moviera un vago viento en malva de las tardes. Navarro pinta magistralmente el dolor de la memoria que se ha quedado sin lo que más quería. Esa memoria indeleble de azules, esa memoria a base de impresiones de un gozo ido, escurridizo y fugaz como la propia vida. Con Navarro queda todo cuando nada está. Fija en un lienzo al Cachorro mientras el agua se tiñe de agonía ya sin sus reflejos y de suspiros ya sin su garganta, cuando al río le duelen hasta las estelas de la puesta de sol por Triana, con la loma al fondo del Aljarafe, cuando la corriente quisiera ser eternamente la vieja lámina alfarera de una estampa de loza.
Navarro pinta a sus cristos y está pintando a Sevilla echándose de menos en Semana Santa. Deja un suave color sin estridencias, un leve aroma de calles vacías, reencontradas con sus propios claroscuros, de ánimos desvanecidos, de cansancio de no cansarse, de pupilas del Cachorro debatiéndose -como la ciudad- entre ser y no ser, entre irse o perpetuarse por la travesía con nubes del puente, sin acabar de dejar una orilla ni alcanzar la otra.
Es el óleo de una Semana Santa de siempre, de ayer y de hoy, de niño y de hombre. Es el estilo más universal y amplio del añejo huecograbado mejor ilustrado de las cofradías. Es el mismo estilo magistral de Bacarisas o de Hohenleiter. Pinta como si fuera La Amargura, completo desde la cruz de guía hasta la marcha. Y todavía cabe esa trasera de un palio, visto desde la banda, al compás de esos acordes lentos que van alejándose y perdiéndose cuando doblan por la esquina de la historia de otra Semana Santa que se fue.