
La Feria es una tregua a la vida. Un alto el fuego de miles de problemas y afanes diarios. Una envoltura protectora de tantas realidades tristes y difíciles. Una escapatoria desde secuencias grises a la escena feliz de un Real pletórico en colores.
Tendría su origen en la venta de ganado, pero con los años ha terminado por ser la poderosa convicción general de que los momentos de alegría son lo mejor que nos vamos a llevar de este mundo. Esa es para mí la razón fundamental de su gran arquitectura. Así levanta una gigantesca portada como si atravesáramos el arco del triunfo de la dicha y la amistad entre humanos.
La Feria de Sevilla es maestra en esa filosofía. Cátedra del gozo de disfrutar juntos, de reunirnos en la celebración de una fiesta universal.
La Feria nos llama a gritos a los que ya la conocemos y sabemos cómo se las gasta en levantar el ánimo y repartir euforia y buen humor. Y no digamos los que la hemos tomado hasta en biberón, quienes hemos echado los dientes en ella, como cuando uno veía a los payasos de la caseta infantil del Labradores, se deformaba muerto de risa por los espejos de la calle del Infierno o se hacía la clásica foto del caballo de cartón. Aquellos que hemos probado desde niños su sabor rosa del algodón en los puestos, sabemos que la Feria no defrauda por poco que se haga en ella. Está servido como mínimo el recreo de la vista, descubrir que su belleza existe por inverosímil que parezca, tan multiplicada por todas partes en una hermosura con giro de 360 grados, como si su color se sirviera de una inmensa paleta para su tela de cielo y lonas, donde se apura todo el cromatismo jamás imaginado.
La Feria está hecha de brochazos vivos en coches de caballos enjaezados; hecha de fuertes profundidades impresionistas en los ojos de mujeres que aturden, te miren o no, luciendo la sublimación máxima de sus talles vestidas de flamenca; está hecha la Feria con las pañoletas ingeniosas que bautizan el ambiente de las casetas; el aroma del fino y hasta el olor mojado del albero de sus aceras; está hecha de nombres inmortales de la torería que ahora están al quite de que no nos perdamos por sus calles. Y la Feria está hecha, cómo no, de la filigrana del vuelo en las manos y un cruce de deseos bailando sevillanas Interminable Feria en describirse y en vivirse, imposible a su dibujo, esquiva a sus trazos, débil en su anuncio ¡Hay que entrar en ella para no querer salir de ella!
El lunes, a las doce de la noche como siempre, Sevilla alumbrará para sí misma y el mundo la humana posibilidad de la mayor alegría. Y con miles de bombillas recién inauguradas, la Feria se abrirá paso, altiva y segura, dominante y poderosa, entre tantas oscuridades de estos tiempos. Los que tengan la suerte de acudir a ella, ya lo verán: la Feria será este año ¡más Feria que nunca!

