Cuando hace cerca de cinco años al periodista Juan Mellado se le ocurrió proponerle a Miguel Gallardo, director de Sevilla Press, hacerme colaborador literario del primer diario digital de la capital andaluza, no pude imaginar hasta dónde podría llevarme aceptar la invitación que finalmente acabaron haciéndome los dos.
Años llevaba escuchando de la gente que escribiera. Por todas partes:
-Escribe, Pepe. Como tú escribes lo hace muy poca gente.
¿Qué iban a decir los que tanto me apreciaban? Pero parece que iban a salirse con la suya y que tenían en mí más fe que yo mismo. Las satisfacciones empezaron sin cesar cuando recordé mis experiencias en el mundo artístico, cuando abordé los temas más candentes de la actualidad española e internacional, y hasta cuando tuve el valor de sacar a la luz mis más sinceros pensamientos sobre la propia vida y la de mis hijas. Los lectores, desde el principio, comenzaron a arroparme con cientos de sus cartas y dándome ánimos para que siguiera escribiendo y, sobre todo, no decayera en un empeño de autenticidad que constituía uno de los rasgos principales de mi escritura. Incluso cuando un estúpido mediocre de los tantos de mi bendita tierra atentó contra mi libertad de expresión, el público y ciertos periodistas de renombre se le echaron encima y, a través de las redes sociales, pudieron abortar en horas sus intenciones. ¡La que yo hubiera liado aliado si no hubiera desistido de perseguir lesionarme en un derecho constitucional! Me di cuenta entonces de que gracias a mis innumerables lectores, yo ya no estaba solo. Y de que una vez más, la unión hacía la fuerza.
Pero un día ocurrió algo más especial e intenso que nunca: entre los temas sobre la mesa le tocó el turno a Raphael. Y aquello me llevó en horas, como si hubiera cogido unos pocos de aviones a la vez, hasta la rara y agradable sensación de ser leído simultáneamente en montones de países por miles de personas: en España por supuesto, pero también en México, Canadá, Australia, Perú, Argentina, Colombia, Chile, Estados Unidos, Puerto Rico, Uruguay, Syria hasta algunas islas caribeñas alcanzaron mis palabras sobre el universal artista. Gustó tanto lo que escribí que hasta el propio Raphael apareció por mi humilde escena de admirador de toda la vida, enviándome un mensaje: Hace años que no había leído algo tan especial sobre mí y mi trabajo. Te lo agradezco enormemente. Por favor, cuando esté por Sevilla me encantaría darte las gracias en persona. Te mando un gran abrazo. Y el colmo fue cuando en mi móvil me encontré un sms asombroso: Quiero felicitarte por lo que has escrito de Raphael con motivo de su concierto en La Antilla. Además de las cosas preciosas e importantes que dices de él, está tan bien escrito ! Y leer algo muy bien escrito es cada vez más difícil. Enhorabuena. Me has emocionado. Gracias y un abrazo. Natalia Figueroa. Una intelectual de renombre como ella, cuyo expediente incluía cotas periodísticas de la altura del diario Pueblo, ABC o TVE, me respaldaba con su valoración.
Los centenares de mails que recibí me bloquearon el correo electrónico hasta el punto de ocasionarme una avería que sólo tuvo remedio solicitando instalar uno nuevo y con clave distinta a la anterior. Sin saberlo aún, sin capacidad imaginativa para calcularlo de antemano, me estaba afectando en lo más cotidiano un fenómeno mundial cuya naturaleza más genuina consiste siempre en romper todos los esquemas y superar todas las marcas: el fenómeno Raphael. A veces me acusan algunos de haber escrito mucho sobre él. Y yo lo admito. Igual que otros repiten cada domingo de la Liga su preocupación por el equipo de sus amores. Pero ser articulista de un periódico, de un diario -y no digamos a los niveles de Internet, no del quiosco de enfrente-, es como gestionar el Instituto Nacional de Estadística. Y puedo certificar que no he encontrado a otro personaje que concite el interés de Raphael. Me da igual si se escandalizan: pero la verdad es que entre las máximas figuras relevantes que han protagonizado mis textos, lo de Raphael no me ha pasado ni escribiendo del Papa Francisco.
Miles de personas que lo siguen desde todas partes cierran filas con su devoción y afecto a Raphael. Y yo, por mis crónicas sobre el cantante, empezaba a beneficiarme del reflejo del cariño que le profesan por tan diversas y distantes geografías. Puedo asegurar que la consideración que he llegado a recibir de su público me permite ser una persona afortunada que, de poder viajar ahora mismo por tantos países, encontraría en ellos anfitriones estupendos. En ningún continente estaría sin amigos.
¿Podía pedir más? No, claro que no. Y, sin embargo, hubo más: Rusia!!! Casi nada. Un país santuario de Raphael desde 1971, cuando aún era la Unión Soviética, sin relaciones diplomáticas en la España de Franco, y se hicieron posible los conciertos en directo del artista. Allí es un dios, me dice el representante Carmelo Millán, pero como es un dios en tantos países, tendrías que ver lo que ocurre con él en Estados Unidos o en México.
El pasado domingo el Consejo de Redacción de VIVA RAPHAEL, en Moscú, me nombró Corresponsal Especial de Honor. Es la segunda vez que se concede este título. La primera se le otorgó al propio Raphael, Por lo tanto, los dos somos los únicos que ostentamos esta distinción, que al artista le va justa y natural a sus merecimientos; pero que a mí me provoca la necesidad de pellizcarme para asumir que no lo estoy soñando. Ha sido el resultado de una estrecha colaboración con la publicación, que ha hecho llegar a sus lectores de todo el mundo mis artículos sobre el cantante, traducidos al ruso por Alicia Kuchan. ¡Cuánto agradecimiento para ella y para Natalia Arutyunova, la redactora jefe de la prestigiosa edición! Han sido precisamente Alicia y Natalia quienes hace unos días se han encargado personalmente en Madrid de comunicar al artista español mi designación:
-Pepe, a Raphael no le ha sorprendido nada. -Pues chicas, a mí me ha sorprendido todo.
Me entregarán próximamente en Sevilla el carnet honorífico a lo largo de una cena de gala. Mi vida está llena de cosas maravillosas desde que nací, pero esa consideración venida desde Rusia, donde Raphael es venerado desde hace décadas, es una de las más relevantes que me han pasado. Sé lo que significa esto allí. Y quiero dar las gracias en el idioma que ha dado conocer mis artículos, el idioma que dará a conocer mi próximo libro: Spasibo, Rusia!!!
Dentro de unos días almorzaré con Raphael. Me va a quedar tan cerca, como la escasa distancia de un comensal a otro, un mundo lejano en mi niñez, cuando le miraba en las fotos de las revistas, le seguía en la televisión o formaba parte de lo más entrañable de cada Navidad cantando El tamborilero. Y si es verdad que todos los caminos conducen a Roma, empiezo a pensar que mis amigos llevaban razón y que yo estoy recorriendo los más apasionantes de mi vida gracias a los senderos de la escritura.