En cierta localidad los ciudadanos estaban ya tan hartos de sus gobernantes que decidieron con buen tino pedir certificados de encabronamiento. ¿Para qué querían el de empadronamiento si no servía para nada? Por lo menos así los ciudadanos mostraban su malestar con sus administradores, verdaderos discípulos de monipodio.
Era tanto el cabreo generalizado que ya nadie confiaba en nadie y aquello se convirtió en el salvaje oeste. Si pasaba algo grave y se les ocurría llamar a determinado teléfono para pedir ayuda una voz respondía, ?se lo comunico a mis compañeros?. Algo así como tenga usted la seguridad que no va a ir nadie. Si pedían cita con sus gobernantes eran recibidos un año de estos. La apatía y el desinterés se apoderaron de los ciudadanos fiel reflejo de sus políticos, ¿ o eran los políticos fiel reflejo de sus ciudadanos?
Con el achaque de mejorar los servicios a los ciudadanos comenzaron a privatizarlos. Tanto es así que al final todo quedó como una gran privada.Así ya cada uno de los ciudadanos tenía sus gran privada, del tamaño más/menos que el del sombrero de un mejicano. Y es que los gobernantes dijeron, no se preocupen señores ciudadanos, que hay privada para todos, que para eso hemos puesto grandes ventiladores a lo largo de la ciudad para que reparta toneladas de privada hasta las elecciones.
Alguien pensó que con la privada se podía abonar los campos pero por desgracia ya estaban todos construidos. Y es que ya no quedaba ni árboles, hierbas ni matojos. Bueno quedó un árbol seco pero había que dejarlo para que allí anidaran los buitres en espera de la carroña. Allí, al árbol seco, iban llegando los inocentes ciudadanos y tras previa pelea entre la buitrada, eran engullidos por el buitre mayor. Todo eso lo retransmitía la tele de otra ciudad cercana donde los ciudadanos de allí verían la suerte o destino de sus vecinos.
En un proceso de acomodo los ciudadanos se acostumbraron a comer privada, mucho mejor que la manteca colorá de toda la vida o el pin abaro de los americanos. Algunos ciudadanos quisieron comerse la privada en adobo. Le echaron limón al adobo y se lo cargaron. Otros no le echaron y también se lo cargaron. Se organizó una guerra sin cuartel.
Mientras algunas concejalas se peleaban por comerse una privada como del tamaño de una pamela, otros concejales pugnaban por engullir una como la del tamaño del gorro de Napoleón. Al final un pobre ermitaño vino al dar en el clavo al preguntarse que porqué tanta batalla por comerse una privada, con lo buena que estaba la mierda de toda la vida. Desde entonces los ciudadanos pidieron certificado de encabronamiento y mierda. Chapó: Hoy a la mierda pura y calentita.
(*) Publicado en el número de la semana del 14 al 27 de febrero de 2007 en Chipiona Información en la sección Diario de un canalla. Se aconseja leerlo en el contexto en el que se escribió aunque eso a ulterior criterio del lector.