Nacida un día de Corpus Chisti, ochenta y siete años después falleció el Viernes Santo en Sevilla, junto a la Giralda y precisamente cuando Cristo era Expiración por las calles. María Rodríguez Gil fue una buena mujer. Una gran persona que siempre hizo el bien. Buen magisterio el suyo, maestra de profesión que nos enseñó valores.
Quiso Dios que llegada la hora su última lección fuese también magistral. Debilitada por la larga enfermedad se entregó serenamente al Señor. El día anterior en San Lorenzo sus hijos le pedimos por esa María que tuvo el privilegio de haber sido su vecina en el barrio y que siempre vivió cerca del Gran Poder de Dios.
El Señor nos escuchó y esa tarde de Jueves Santo por el balcón de su habitación pasó la Virgen del Rosario, a la que tanto le había rezado en Montesión. Y pasó el Señor de Pasión cuando la suerte ya estaba echada. Pasó también la Virgen del Valle, patrona de su Manzanilla natal. Y ya en la que habría de ser su última madrugada quiso visitarla la Esperanza, deteniéndose junto a su balcón. Nunca sabremos de qué hablaron la Madre macarena y la anciana agonizante, pero ella quedó llena de Esperanza en la hora de su muerte. Su última salida había sido precisamente a la basílica y Ella quiso devolverle la visita. El Señor demoró el tránsito hasta que la Esperanza pasase a reconfortarla. Al fin amaneció domingo con repiques de gloria. Por el que había sido su balcón pasó Cristo Resucitado y la alegría de la Pascua a todos nos alivió la pena. Esa es nuestra fe, nuestra alegría y nuestra esperanza.