Si fuera catedrático, su especialidad se llamaría Sevilla. Una asignatura que conoció hasta sus entrañas; una materia sobre la que impartió algunas de las más memorables lecciones que se recuerdan.
Justo cuando la salud empezó a ponerle trampas, "es cierto que de fuerzas ando cortito, pero ganas no me van a faltar", como admitió en su proclamación como rey Baltasar de la Cabalgata, el destino le puso los retos más difíciles y más hermosos. Lo fácil habría sido esquivar al morlaco, aducir desde el burladero razones de prescripción facultativa o cautela familiar, pero si Sevilla le llamaba siempre estaba dispuesto a salir al ruedo. Por eso le salió un hijo torero.