Hoy el trazado de la etapa era casi una cuchillada en una vega donde los girasoles eran dueños infinitos del paisaje , un costurón recto inacabable apenas salteado por alguna curva díscola y alguna cuesta que hacía sufrir las piernas del par de centenares de personas que se habían unido desde el mismo Arahal, desde El Coronil, Martin de la Jara o Utrera. Hoy participaba mucha gente mayor y la organización era otra, debía serlo. Ya no íbamos los locos de Cádiz por delante para sacar a la columna del freidero del sol que se apuntaba feroz desde la mañana. No. Ahora cedimos el sitio y el ritmo a los más veteranos para que impusieran su paso despacioso pero firme. Eran los hombres y las mujeres jornaleros que hace veinte y treinta años hacían temblar los caminos a su paso cuando se dirigían a ocupar las fincas de los terratenientes andaluzas. Me embargaba la ternura mirar sus rostros curtidos y escucharles hablar del cura Diamantino García, por ejemplo. Todos sabían algo de él, de su grandeza humana y de su dimensión de luchador infatigable. En una de los descansos, empezamos a hablar dos caminantes y se terminó formando un corro de mas de diez donde cada uno quería honrar con palabras su memoria. Una vez más, Diamantino se hizo presente en aquel precario sombrajo donde reponíamos loas fuerzas con fruta y agua. Salimos a caminar con más fuerza. El cura de Los Corrales lo había conseguido otra vez.
También he envejecido yo. No reconocí a JHG a pesar de llevar casi diez días marchando a su lado. Hace treinta años, cuando ambos teníamos mas melena y menos sombras de derrotas, compartimos muchas jornadas en la cooperativa-comuna Tierra y Libertad que el entonces SOC había montado en El Bosque. “Sigues dando tiros” sentenció tras escuchar un breve resumen de mis andanzas de estos años y de estos días. Me sentí orgullosos de poder decir que si. El también sigue en la brecha a pesar de las banderas rotas de las que hablaba Labordeta: “...las que nos rompió la vida, la lluvia y la ventolera de nuestra fría derrota...”. Esa canción hay que escucharla pero no para llorar con ella sino para poner en valor la vida de todos esos jornaleros y jornaleras que me han dado un lugar en su fila para empujar la historia, Labordeta otra vez, hacia la libertad del pueblo saharaui y la nuestra, como no.
La fila hoy era inmensa, causaba alegría verla serpentear por la vega. No había cámara suficiente para captar esa extensión de esperanza ante nuestros ojos perdiéndose hacia atrás dónde un numerosa escolta de autobuses y coches iba recogiendo náufragos de pies doloridos tras reiniciar la marcha. Las banderas de “Sahara Libre”, precarias como los mismos campamentos, tremolaban orgullosas como los hombres y las mujeres que siguen nuestras evoluciones desde la Hamada, desde el frente de guerra o desde la Diáspora por Europa. Ellos y ellas ponen gran parte de sus esperanzas en nuestros pasos pero siguen resistiendo y combatiendo.
En una metáfora cruel, los girasoles de la izquierda nos miraban asombrados pero en silencio mientras los de la derecha nos ignoraban dándonos impasibles la espalda. Es nuestra obligación conseguir los hechos comprometidos de los primeros y torcer la posición letal y siniestra de los segundos.
Tras subir la cuesta de llegada a Carmona – con la necesaria complicidad de los autobuses a diez kilómetros de la meta cuando las fuerzas de los mas débiles menos acostumbrados ya estaban acabadas – Lluvia Juria, una pequeñina nacida y criada con el calor de solidaridad de su abuela lebrijana, iluminó nuestros pasos con su sonrisa y su banderita. El resto – discursos, bocadillos, agua fresca, abrazos de amigos, etc...- fue también fabulosos pero quedó empequeñecido en mi alma por la sólida presencia de la niña.
Luego hubo un té maravilloso en el mismo suelo de la Alameda y cruzamos palabras muy reveladoras pero llegarán otro día. Cuando les hable, por ejemplo, de R. o de J., o de N. o del otro J.