Pido desde aquí algo que de seguro muchos habrán pensado ya e incluso propuesto: una calle para el doctor Ismael Yebra. Su memoria perdurará en su familia, en cuantos lo hemos tratado y en sus libros y artículos. Pero nuestra memoria durará tanto como nosotros duremos. La de su familia perdurará como el orgullo de ser descendientes de un gran médico sevillano, pero en la intimidad. Es pues de justicia que su memoria perdure en el callejero de la ciudad a salvo de la esquelética mano valdeslealsiana que irá apagando nuestras llamitas, y con ellas su recuerdo, y más allá del que, generación tras generación, guardarán con íntimo orgullo los suyos. Es de justicia que, perdurando en el callejero, su memoria sea entregada a la ciudad toda que él tanto amó. Y el lugar está claro: ese trocito de Sevilla, tan suyo, que va de Águilas a Candilejo. En esa estrechez de Cabeza del Rey don Pedro tenía su consulta, a dos pasos su domicilio y a tres su tan querida Alfalfa.
Pónganse en cabeza las dos academias a las que perteneció, y con ellas cuantos fueron sus pacientes y amigos, y rotúlese DOCTOR ISMAEL YEBRA ese trocito de Cabeza del Rey Don Pedro. Quienes sobrevivimos a las grandes personas que hicieron más habitable, por más humana y compasiva, la vida diaria de tantos sevillanos en la adversidad de la enfermedad y el gozo de la amistad tenemos la obligación de perpetuar sus nombres. Y la ciudad tiene la deuda de reconocer a sus mejores hijos. Desde Antonio de Seras o Eduardo Fedriani a José Pérez Bernal, pasando por Juan Delgado Roig o Antonio Cortés, Sevilla ha reconocido la contribución de grandes médicos fundiendo sus nombres con la ciudad.En el caso del doctor Yebra a la práctica ejemplarmente eficaz y humanizadora de la medicina se une la vertiente humanística de quien convirtió su amor por la ciudad en libros y artículos que divulgaron el profundo conocimiento de ella tenía. Por bien nacida, Sevilla tiene la obligación de ser agradecida dedicándole una calle que convierta su nombre y su recuerdo en lo con tanta emoción escribió Romero Murube: "Sevilla, cuando yo muera / no quiero ser tierra tuya. / Aire fino de tus barrios. / Soledad de tus clausuras. / Vuelo y canto de campanas que suben a Dios su música". Cercanas clausuras que tanto amó, vuelo y canto de campanas de San Isidoro, los Filipenses y San Nicolás, y aire fino de su Alfalfa tendrá allí.
Médico humanista, de los Antiguos
Por Francisco Gallardo
Hay esta mañana en Sevilla, Ismael, un luto húmedo. Los charcos parecen lágrimas gigantes. Tocan, mudas, las campanas de la Giralda. Hay en la Alfalfa una grisácea tristeza. Hasta los periódicos de nuestro querido Ricardo están enmudecidos. Las voces angelicales de los niños de la lotería suenan apagadas. Cuando una persona así se va, las cosas no son ya las mismas:
Cordial, sencillo, entrañable.
Honesto, digno, íntegro.
Benévolo, indulgente, verdadero.
Docto, erudito, sabio.
Sencillo, natural, afable.
Médico humanista, de los antiguos.
Fino escritor, con estilo propio, elegante.
Quien te ha conocido, Ismael, sabe que estas palabras no son exageradas.
Sin pretenderlo dejas huérfano a todo un barrio, a toda una ciudad.
Hasta los libros de tu torre de Montaigne lloran allá en Umbrete donde tan feliz fuiste con la querida Victoria madre, la querida Victoria hija y el querido Dani. Llora hasta el anciano de barbas del anuncio de cognac allá en la taberna de tu hermano Pepe, otro entrañable, donde tuvimos tantas tertulias inolvidables.
Hay esta mañana en Sevilla, Ismael, un doloroso silencio de claustros. No deja de llover en la Alfalfa sobre el kiosko de Ricardo. No deja de llover sobre las entristecidas piedras de la plaza de San Lorenzo. Como no dejará de llover nunca en los corazones de quienes tanto te quisimos, que tanto te queremos, Ismael Yebra Sotillo.