Fue una mañana que se recuerda trágica y que marcó el verano de 2004 en lo que a medios de comunicación del llamado mundo del corazón se refiere. Esa mañana, la asistenta que limpiaba el apartamento alquilado que Carmina Ordóñez tenía en la zona de Arturo Soria de Madrid se encontró lo que nunca hubiera querido ver. Tras abrir la puerta y ponerse a recoger el piso vio cómo permanecía cerrada la puerta del baño de Carmina y debió pensar que estaría tranquilamente dándose uno de sus baños. Tras llamarla varias veces, y comprobar que no le respondía, fue cuando empezó a pensar que algo malo había pasado. El resto de la historia ya es sabido.
La aparición del cuerpo muerto de Carmina en la bañera fue el titular que nadie quería, pero que salpicó la actualidad de un mundo rosa donde la «divina» reinaba como ninguna, a pesar de que los últimos años de su vida fueron de absoluta decadencia y deterioro en la lucha diaria que mantenía contra varios frente abiertos y de cuyas victorias o fracasos teníamos buena cuenta casi a diario.
Por duro que sea reconocerlo, el final de Carmina fue el mejor «reality» de todos los que han emitido en las televisiones. Sus peleas con sus ex, sus idas y venidas a los centros de desintoxicación, sus promesas de vida nueva y vuelta a recaer, fueron capítulos retransmitidos en los programas donde ella misma participaba y por donde desfilaban los dos bandos, el de sus amigos - haberlos, haylos- y el de sus enemigos, que también conseguían a su costa sus minutos de gloria.
Hoy se cumple el primer aniversario de su muerte y hoy no se espera ningún funeral oficial por parte de sus hijos. Según me explica quien bien les conoce, no es por olvido ni por nada parecido, lo que ocurre es que quieren evitar a toda costa y de cualquier manera que los medios de comunicación sigan hablando de su madre y de su familia. «De hacer alguna misa será en un lugar alejado de las cámaras y con los más cercanos», me apuntan. Lo que sí hubo el pasado jueves fue una misa funeral en la iglesia de La Macarena que pidió el que fuera uno de sus íntimos amigos, Miguel Loreto, y a la que acudieron muchos que trataron a «la divina». Hoy es más que probable que se dediquen misas en su memoria en Triana y en otros barrios tan llenos de recuerdos para las hermanas Ordóñez. pero me dicen y me repiten que los tres hijos no irán juntos a ninguna celebración por mucho que insista y me sorprenda de que ni al año de la muerte de su madre los tres hayan podido limar sus diferencias y recuperar sus mejores momentos. Sin duda alguna ése habría sido el deseo de Carmina Ordóñez.
Otro de sus sueños imposibles mientras vivió fue que desaparecieran de los medios las personas a las que más odiaba, según confesó en vida. Al año de su fallecimiento ese sueño sí se ha hecho realidad. Con la ausencia de Carmina la cantinela de personas que vivían directa o indirectamente de ella también se han ido. Su pena es no haberlo visto.
BEATRIZ CORTÁZAR