Gonzalo Miró tiene el futuro asegurado, al menos mientras mantenga su relación con Eugenia Martínez de Irujo. Es triste, pero el éxito le ha venido de manera inesperada vía amores nada furtivos, aunque sí lejanos. Claro que la distancia no es el olvido, ahí les duele. Y, ¡ay del galán si se le ocurre un desliz que desbarate su ya programada vida profesional! Dentro de nada empieza a colaborar con la periodista Concha García Campoy, a la que servirá como comentarista radiofónico del Atlético de Madrid, el equipo que le apasiona casi tanto como la duquesita de Montoro.
Un caché nada ridículo. Al principio, y animado por el impacto mediático, quería ficharle Pedro Piqueras en Radio Nacional para un trabajo parecido. Como si no hubiese ya bastantes nombres acreditados en el mundo de la crónica deportiva. Pero era una manera de recuperar el apellido Miró, que tanta gloria le dio al Ente, algo que no ocurre con la siniestra y nada efectiva Carmen Caffarel, quien, si como gestora es pésima, aún resulta peor como relaciones públicas. Piqueras lo tenía bien planeado, pero dio marcha atrás ante la reconversión prevista y ante las críticas que podía provocar tamaño contrato con un caché nada ridículo. No se la quiso jugar. Mientras, Gonzalo Miró se ha montado un puente aéreo Madrid- Nueva York. Y, a pesar de sus reparos a viajar solo, o sin compañía, ha vuelto a España para celebrar el día de «Halloween» en Port Aventura. Y, posiblemente, volverá esta semana si al final acude como pareja de Eugenia a la boda de Cayetano Martínez de Irujo y Genoveva Casanova. Un impacto que promete superar el desmadre nupcial de Farruquito, algo que el bailaor pudo haber evitado pero no quiso. Ante el enlace del próximo sábado día 15, ya en capilla, parece que la novia ha tomado unas ínfulas hasta ahora insospechadas. Ya se ve como la condesa de Salvatierra, y me cuentan que prodiga prepotencia y hasta desaires. Se sabe que, durante el enlace, la cola del vestido se la llevará un hermanastro de la contrayente, nacido del segundo matrimonio de su padre, y que Cayetana cubrirá parte del patio, no por miedo al mal tiempo, sino a vuelos que puedan romper una nueva exclusiva que se intuye.
La casa, en Somosaguas. Por las veintiséis páginas monográficas que publicó «¡Hola!» de la novia, que fue un excelente trabajo de estilismo de Nati Abascal, le pagaron 30 millones de las antiguas pesetas. La sesión duró de nueve de la mañana a siete de la tarde, e incluso Nati tuvo que palmear a la mexicana para subirle el ánimo y los colores. Ella, montada en la burra del ya inminente «sí, quiero», ha rechazado que se celebre una misa rociera y pedirá que los salmos sean entonados por mariachis. Ella es la novia, y mexicana a fin de cuentas. Rechazado Rafael Juliá como habitual servidor de los banquetes de la Casa de Alba, su eficiencia será cubierta por el madrileño Salvador, al parecer, muy amigo de los novios. Además, Cayetana de Alba, para tenerles contentos, les ha regalado una casa en Somosaguas. Al final, Tony Benítez ha aconsejado que el traje de la madrina sea largo, y no de tres cuartos, para así disimular los zapatos sin tacón, unas casi zapatillas que lucirá la señora duquesa. Será una boda que promete.