Al otro lado de la alambrada del Centro Penitenciario de Sevilla, la figura del sacerdote Leonardo Castillo que perdió la vida a consecuencia de un cáncer en marzo permanece viva entre reclusos, voluntarios y funcionarios. Oriundo de la localidad gaditana de Algar, la trayectoria de Leonardo Castillo está marcada por su ingente labor social. Además de capellán, el padre Castillo también fue párroco de la O, director de Cáritas y canónigo de la Catedral. Los que lo conocieron lo recuerdan como una persona entrañable que dedicó toda su vida a los más desfavorecidos, la atención a los enfermos para los que institucionalizó viajes anuales a Lourdes la asistencia a los pobres, los inmigrantes y los presos. Su desaparición causó gran conmoción, a tres meses de cumplir sus bodas de oro sacerdotales, pese a ser conocido que padecía un tumor que, según sus allegados, afrontó con entereza. Su función social como capellán en la prisión fue recordada ayer en un homenaje póstumo, que comenzó con una emotiva eucaristía oficiada por el cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo.
Más de 250 personas no quisieron perderse una ceremonia que emocionó a reclusos, familiares y amigos. "El corazón de Leonardo Castillo no cabía en esta casa, fue una persona que lo dio todo para servir a los demás", reseñó Carlos Amigo Vallejo tras bendecir a todos los habitantes del centro penitenciario, que por un día se convirtió en "la mayor catedral de Sevilla". Ante la atenta mirada de reclusos y voluntarios que se confundían en un aforo completo, el cardenal se mostró cercano y afectuoso al ofrecer a los internos palabras de ánimo: "Frente a la culpa, la reinserción comienza por uno mismo". Tras el acto religioso, el camino de entrada y salida de la prisión fue bautizado como Avenida de la Libertad, Padre Leonardo, bajo un cielo radiante.
Según sus compañeros, para Leonardo Castillo, la mayor pobreza del ser humano radica en la falta de libertad y la enfermedad, de ahí el empeño que mostró para llevar alegría y esperanza a los impedidos y los presos. Su premisa era: "Mi trabajo es perdonar, no juzgar", recuerda Mercedes Suárez, socióloga de la prisión. Bien lo saben los reclusos que lo conocieron, como es el caso de Antonio Falcón, quien, con una mirada melancólica, echa de menos "su humanidad y el cariño". Con cinco años de condena cumplidos, este hombre privado de libertad, explicó que gracias a la labor que realizó el capellán de la prisión, "muchos de los internos encontraron la manera de valorar a las personas por encima de todo: por encima de las humillaciones que día a día se viven aquí, por encima de las leyes y de los jueces".
Otro interno, Rafael Benítez, que entró en la prisión a principios de los 90, recuerda con una amplia sonrisa a Leonardo Castillo como un hombre "lleno de amor que le ayudó ahondando en su espiritualidad". Y para Modesto Arévalo, quien lleva reo casi veinte años, el sacerdote continúa presente "en la memoria de todos, porque hombres tan buenos, pocos".
La noticia de su muerte el pasado Viernes Santo "fue muy sentida" en el centro penitenciario porque "perdimos un pilar para afrontar la rutina entre las rejas". Pero no están solos, porque Leonardo Castillo se ocupó de que su labor social continuara tras su muerte, a través de la Fundación Padre Leonardo, Costaleros para un Cristo vivo, una organización que hoy cuenta con un gran número de seguidores en Sevilla.
Desde que en el 89 se inaugurara la cárcel de Sevilla, el padre Castillo siempre acompañó a los reclusos y "sin importarle cuáles habían sido sus delitos, les escuchaba, les ayudaba y les abrazaba", añade Mercedes Suárez. "Ofrecía especial cariño a los más necesitados, que carecían de familia o recursos y para los que la vida en el centro es más dura".
La socióloga de la cárcel valora como una de las grandes aportaciones del padre Castillo el contacto directo con los internos: "un simple abrazo es muy necesario en una institución como esta y él logró que fuera una costumbre".
También influyó en la política de funcionamiento de la institución porque, como explica el director, Juan Manuel Ruiz, fomentó las salidas y excursiones de los internos, el contacto entre personas de la calle y los reclusos, además de otros actos recreativos como los festivales de la Merced. Para organizar estas actividades, "era capaz de movilizar a quien hiciera falta". Manuel Garrido, alcalde de Algar, su población natal, comentó que más allá de la política y de los credos, el padre Castillo era una persona a imitar por su altura moral. Muestra de ello es que fuera proclamado hijo adoptivo por un alcalde franquista (Cazalla); otro comunista (Carrión de los Céspedes); y otro alcalde, socialista (Algar).
José Luis Valverde, coordinador de la Pastoral Penitenciaria, destacó que "la sencillez y la bondad" eran las herramientas para conseguir lo que se proponía. Son valores que los Costaleros para un Cristo Vivo siguen transmitiendo, afirmó Manuel R. Fernández de Córdoba, presidente de la Fundación. La tenacidad y su caridad son las cualidades que su hermana, Guadalupe Castillo, recuerda con más sentimiento; mientras que su sobrina, María Eugenia de Burgos, se queda con su sonrisa, su humor y su optimismo.